Didactica
La Era del Vació Gilles Lipovetsky
16
CAPÍTULO
IILA INDIFERENCIA PURA
La deserción de las masas
Si nos limitamos a los siglos XIX y XX, deberíamos evocar, citar en desorden, el desarraigosistemático de las poblaciones rurales y luego urbanas, las languideces románticas, el spleendandy, Oradour, los genocidios y etnocidios, Hiroshima devastada en 10 Km2con 75.000 muertosy 62.000 casasdestruidas, los millones de toneladas de bombas lanzadas €obre Vietnam y laguerra ecológica a golpes de herbicida, la escalada del stock mundial de armas nucleares,Phnom Penh limpiada por los Khmers rojos, las figuras del nihilismo europeo, los personajesmuertos-vivos de Beckett, la angustia, la desolación interior de Antonioni,Messidor de A. Tanner,el accidente de Harrisburg, seguramente la listase alargaría desmesuradamente si quisiéramosinventariar todos los nombres del desierto. ¿Alguna vez se organizó tanto, se edificó, se acumulótanto y, simultáneamente, se estuvo alguna vez tan atormentado por la pasión de la nada, de latabla rasa, de la exterminación total? En este tiempo en que las formas de aniquilación adquierendimensiones planetarias, el desierto, fin y medio de la civilización,designa esa figura trágica que la modernidad prefiere la reflexión metafísica sobre la nada. El desierto gana, en él leemos laamenaza absoluta, el poder de lo negativo, el símbolo del trabajo mortífero de los tiemposmodernos hasta su término apocalíptico.Esas formas de aniquilación, llamadas a reproducirse durante un tiempo aún indeterminado, nodeben ocultar la presencia de otro desierto, de tipoinédito, que escapa a las categorías nihilistaso apocalípticas y es tanto más extraño por cuanto ocupa en silencio la existencia cotidiana, lavuestra, la mía, en el corazón de las metrópolis contemporáneas. Un desierto paradójico, sin ca-tástrofe, sin tragedia ni vértigo, que ya no se identifica con la nada o con la muerte: no es ciertoque el desierto obligue a la contemplación de crepúsculosmórbidos. Consideremos esa inmensaola de desinversión por la que todas las instituciones, todos los grandes valores y finalidades queorganizaron las épocas pasadas se encuentran progresivamente vaciados de su sustancia, ¿quées sino una deserción de las masas que transforma el cuerpo social en cuerpo exangüe, enorganismo abandonado? Es inútil querer reducir la cuestión a las dimensiones de los«jóvenes»:no intentemos liberarnos de un asunto de civilización recurriendo a las generaciones. ¿Quién seha salvado de ese maremoto? Aquí como en otras partes el desierto crece: el saber, el poder, eltrabajo, el ejército, la familia, la Iglesia, los partidos, etc., ya han dejado globalmente de funcionarcomo principios absolutos e intangibles y en distintos grados ya nadie cree en ellos, en ellos yanadieinvierte nada. ¿Quién cree aún en el trabajo cuando conocemos las tasas de absentismo yde
turn over,
cuando el frenesí de las vacaciones, de los week-ends, del ocio no cesa dedesarrollarse, cuando la jubilación se convierte en una aspiración de masa, o incluso en unideal?; ¿quién cree aún en la familia cuando los índices de divorcios no paran de aumentar,cuando los viejos son expulsados a losasilos, cuando los padres quieren permanecer «jóvenes»y reclaman la ayuda de los «psi», cuando las parejas se vuelven «libres», cuando el aborto, lacontracepción, la esterilización son legalizadas?; ¿quién cree aún en el ejército cuando por todoslos medios se intenta ser declarado inútil, cuando escapar del servicio militar ya no es undeshonor?; ¿quién cree aún en las virtudes del esfuerzo, del ahorro,de la conciencia profesional,de la autoridad, de las sanciones? Después de la Iglesia, que ni tan sólo consigue reclutar a susoficiantes, es el sindicalismo quien pierde igualmente su influencia: en Francia, en treinta años,se pasa del 50 % de trabajadores sindicados a un 25 % en la actualidad. Por todas partes sepropaga la ola de deserción, despojando a las instituciones de su grandeza...
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