dirta de amor
Tenía, sin embargo, aquella figurita delgada un tal aire de modesta prisa en pasar inadvertida, untan franco desinterés respecto de un badula que cualquiera que con la cara dada vuelta está esperando que ella se vuelva a su vez, tan cabalindiferencia, en suma, que me encantó, bien que yo fuera el badulaque que la seguía en aquel momento.
Aunque yo tenía qué hacer, la seguí yme detuve en la misma esquina. A la mitad de la cuadra ella cruzó y entró en un zaguán de casa de altos.
La muchacha tenía un traje oscuro ymuy tensas las medias. Ahora bien, deseo que me digan si hay una cosa en que se pierda mejor el tiempo que en seguir con la imaginación elcuerpo de una chica muy bien calzada que va trepando una escalera. No sé si ella contaba los escalones; pero juraría que no me equivoqué en unsolo número y que llegamos juntos a un tiempo al vestíbulo.
Dejé de verla, pues. Pero yo quería deducir la condición de la chica del aspectode la casa, y seguí adelante, por la vereda opuesta.
Pues bien, en la pared de la misma casa, y en una gran chapa de bronce, leí:
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