DISERTACION LEER LA MENTE JORGE VOLPI

Páginas: 21 (5049 palabras) Publicado: 18 de abril de 2014
Prólogo
El novelista neoyorquino
y la verdadera identidad
de madame Bovary

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En su discurso tras recibir un importante premio literario, un célebre escritor estadounidense
confesó que adoraba las novelas porque, a diferencia de casi cualquier otra cosa, no sirven para
nada. No sé si la memoria me engaña—y,
como habrá de verse, a fin de cuentas tampoco
importa demasiado—. Para el escritor neoyorquino real, o para el que ahora dibujo en mi mente (¿o debería decir en mi cerebro?), la ficción
literaria, y acaso toda manifestación artística,
se distingue por carecer de un fin práctico fuera
de lo que suele llamarse, con cierta pedantería,
el goce estético: no es ni el primero ni el último
ensuscribir esta idea. Una tesis de incierto origen
romántico que, como trataré de demostrar en estas páginas, es esencialmente falsa.
Sólo en las sociedades que han llegado a
ser lo suficientemente prósperas o lo sufi­ ien­ e­
c t
men­ e descreídas, las obras de arte han sido
t
apre­ iadas como tales: objetos valiosos, suscepc
tibles de ser comprados o vendidos, pero cuyo
valor no de­ ende desu utilidad, sino de la vanip
dad de sus dueños o la codicia de sus admiradores. Duran­ e buena parte de la Antigüedad,
t
con excepción quizás de la Atenas de Platón o
la Roma imperial, mientras se prolongaron las
esquivas sombras del Medioevo e incluso en

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otros momentos puntuales de la historia, un artista o un artesano jamás hubiesesuscrito una
idea semejante: a sus oídos no sólo hubiese sonado herética, sino absurda. Su trabajo resultaba
tan práctico, aun si se trataba de una praxis simbólica, como el de un herrero, un talabartero o un
sastre. El arte era o bien decorativo o bien religioso, y nadie se hu­­
biese ofendido al reconocerlo.
Sostener esto hoy, en una época en apa­
rien­ ia tan laica como la nuestra —en elfondo
c
más indiferente que escéptica—, resulta casi blas­
femo: sólo un artista menor o descarriado, o un
pro­ ocador, se atreverían a sugerir que su traba­
v
jo sirve efectivamente para algo, o para mucho.
Todavía hoy, son mayoría quienes piensan que
sus obras —otro concepto rimbombante— son
productos absolutamente individuales, resultado de su originalidad y de su genio (es decir, de
suarrogancia), sin otro fin práctico que permitirles ganarse la vida al comerciar con ellas.
Se equivocan: en su calidad de herramienta evolutiva, el arte no puede sino perseguir
una meta más ambiciosa. ¿Cuál? La obvia: ayudarnos a sobrevivir y, más aún, hacernos auténticamente humanos. (Adviertes en mis palabras
cierto me­ osprecio por el arte. No es tal. Creo,
n
más bien, que quienessacralizan el arte y lo colocan en un pedestal inalcanzable, producto de la
inspiración divina o, en nuestra época, del talento
o el copyright, pierden de vista el bosque por contemplar un solo árbol, por magnífico que sea.)
Que el arte exista en todas partes —las
distintas sociedades humanas han conocido y

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desarrollado sus distintos géneros demaneras
bá­ i­ a­ ente similares— debería prevenirnos sosc m
bre su carácter de adaptación por selección natural. Una adaptación sorprendente, qué duda
cabe, pero a fin de cuentas tan útil como el tallado de hachas de sílice, la organización en clanes
o la invención de la escritura. Porque el arte, y en
especial el arte de la ficción, nos ayuda a adivinar
los comportamientos de los otros y aconocernos a
nosotros mismos, lo cual supone una gran ventaja
frente a especies menos conscientes de sí mismas.
En contra de la opinión del novelista
neoyorquino, resulta difícil pensar que el arte
haya surgido de manera casual, como un inesperado subproducto del neocórtex, una errata
benéfica o un premio inesperado. Su origen hemos de per­ eguirlo, más bien, en el pausado y
s
deslumbrante...
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