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Páginas: 28 (6856 palabras) Publicado: 7 de diciembre de 2014
El hombre que podía hacer milagros
Autor: H. G. Wells
No se sabe con certeza si fue un don innato. Me inclino a pensar que le llegó de forma súbita. De hecho, a los treinta años seguía siendo un escéptico, que no creía en absoluto en los poderes de los milagros. Debo decir aquí, dado que es éste el lugar más indicado, que era un hombre de baja estatura, ojos castaño oscuro, pecoso, con el pelorojizo y muy erizado, y con un bigote cuyas puntas solía retorcer hacia arriba. Se llamaba George McWhirter Fotheringay (nombre que, sin duda, no presagia milagros) y trabajaba como secretario en la empresa Gomshott. Era bastante aficionado a entablar polémicas dogmáticas.
Fue en el transcurso de una de estas polémicas, en la que defendía la imposibilidad de los milagros, cuando tuvo el primerindicio de sus extraordinarios poderes. La discusión tenía lugar, para ser exactos, en el bar Long Dragon, y Toddy Beamish defendía la idea contraria, con un monótono pero efectivo «…Así que usted cree que…» que tenía al señor Fotheringay sobre ascuas.
Se encontraban también allí, además de ellos dos, un ciclista polvoriento, el posadero Cox y la señora Maybridge, una camarera, bastante corpulentay perfectamente respetable, del Long Dragon. La señora Maybridge, de pie y de espaldas al señor Fotheringay, se estaba limpiando las gafas. Los demás le miraban, interesados, aunque sin mucho entusiasmo por la ineficacia del método defendido. Incitado por las tácticas del señor Beamish, el señor Fotheringay decidió realizar un tour de force retórico inusual en él. —Vamos a ver, señor Beamish dijoel señor Fotheringay—. Definamos sin ambigüedades qué es un milagro. Es algo que se opone al curso de la naturaleza, y es el resultado del poder de la voluntad; es algo que no podría suceder sin la intervención de la voluntad.
—…Así que usted cree que… —dijo el señor Beamish manifestando su oposición.
El señor Fotheringay apeló al ciclista, que hasta entonces había permanecido atento y ensilencio; recibió de él su aprobación, expresada tras una tosecita que denotaba vacilación y tras haber echado una mirada de reojo al señor Beamish. El posadero no expresó su opinión, y el señor Fotheringay, volviéndose hacia el señor Beamish, recibió de él, de forma inesperada, una razonada confirmación de su definición del milagro.
—Por ejemplo —dijo el señor Fotheringay muy animado—. Aquí podríahaber un milagro. ¿Acaso podría esta lámpara, de una forma natural, seguir ardiendo vuelta hacia abajo, Beamish?
—Usted lo ha dicho; no podría —dijo Beamish.
—¿Y usted? —preguntó Fotheringay—. Usted no pretenderá decir que… ¿eh?
—No —contestó Beamish a regañadientes—. No, no podría.
—Muy bien —dijo el señor Fotheringay—. Entonces se presenta alguien aquí, pongamos por caso yo mismo, se pone enfrente de la lámpara y le dice, como lo podría hacer yo, concentrándome en mi deseo. «Vuélvete hacia abajo sin romperte y sigue ardiendo, ¡ea!»
Bastó para hacer decir a todos los presentes: ¡ea! Lo imposible, lo increíble se hizo palmario. La lámpara, invertida en el aire, ardía en silencio, con la llama hacia abajo. Aquella lámpara, la prosaica y vulgar lámpara del bar Long Dragon, era tan real eineludible como cualquier otra.
El señor Fotheringay permanecía de pie con el dedo índice extendido y con el ceño fruncido, con la expresión de alguien que prevé una catástrofe. El ciclista, que estaba sentado junto a la lámpara, se cubrió la cabeza con los brazos y echó a correr hacia el lado opuesto del bar. Los demás hicieron aproximadamente lo mismo. La señora Maybridge se volvió y chilló.La lámpara permaneció inmóvil durante unos tres segundos. Un grito sordo de angustia salió de la boca del señor Fotheringay;
—No puedo soportar esto ni un minuto mas —dijo. Se tambaleó hacia atrás y la lámpara invertida fulguró súbitamente, cayó contra el rincón del bar, rebotó en un lado, golpeó sobre el suelo y se apagó.
Por suerte tenía un pie de metal; de no haberlo tenido, el lugar habría...
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