Doce Hombres Sin Piedad

Páginas: 7 (1656 palabras) Publicado: 26 de noviembre de 2012
por cortesía, parece hacer un esfuerzo por ofrecer a todos los miembros del jurado unos caramelos para la garganta (tal vez porque se sienta parte de un grupo y envuelto en una causa común); caramelo que el jurado número ocho acepta con agrado justo cuando está desplegando uno de sus más importantes argumentos: tal y como se muestra en seguida, la adhesión del jurado número dos resultará serfundamental en este punto. El jurado número dos, al igual que otros miembros de la sala, respeta el valor de la autoridad; en su caso, la admiración hacia la autoridad del hombre razonable, el número ocho, parece aflorar prontamente; de hecho, es uno de los primeros en conceder crédito a la postura a la que aquel invita.
El jurado número seis se enfrenta al jurado número tres: bajo la amenaza depropinarle un puñetazo, le exige respeto hacia el hombre más mayor de la sala quien se ve en varios momentos abruptamente interrumpido cuando no despreciado. Seguramente, nadie esperaba que el anciano fuera a ser tan sagaz al recordar el detalle de la marca de las patillas de las gafas sobre la nariz de la mujer que testificó en el juicio, consiguiendo así invalidar su testimonio por resultar entoncesde todo punto inverosímil que la señora se hubiera podido asomar por la ventana y mirar en dirección hacia la escena del crimen pertrechada con unas gafas que, supuestamente, estarían perfectamente colocadas sobre su nariz incluso al despertarse sobresaltada aquella noche.
Qué duda cabe que el efecto de este tipo de observaciones sobre las pruebas incriminatorias iniciales no puede compararsecon las aseveraciones racistas y clasistas con que algunos miembros del jurado teñían de odio su razonamiento: ―no había más que mirar al chico‖, ―he visto cientos como él, son una lacra social‖. Tal vez ninguno de los presentes paró mientes para decirse de inmediato a sí mismo ―¡un momento! esta proposición es
María G. NAVARRO
BAJO PALABRA. Revista de Filosofía
II Época, Nº 5 (2010): 203-214213
una evidente falacia non sequitur‖. Por la misma razón, pudo también levantarse de su silla cualquiera de los restantes y decir acalorado: ¡Caballeros!, vive Dios si eso no es una falacia de causa informal… non causa pro causa!‖. El guión no incluye estas hipotéticas escenas, es cierto. Y sin embargo, la mayoría de los protagonistas (en el cine y fuera de él) detectó que un juicio de valor deesa naturaleza estaba motivado por un odio dudosamente razonable. Hay que admitirlo, lo cierto es que los actores no se afanaron, al menos por lo que sabemos, en la detección de falacias informales (sabe Dios qué pensaría para sus adentros cada uno); y a pesar de ello, respondieron a la conexión entre dos aspectos a los que se refiere Daniel González Lagier cuando afirma:
El tipo de racionalidadque atribuimos a las emociones tiene una estrecha conexión con las normas sociales y la imagen social del ―hombre razonable‖. Cuándo una emoción se corresponde con el tipo de creencia que subyace a ella, cuándo su intensidad es adecuada, cuándo es una buena estrategia e, incluso (aunque sólo en parte), cuándo las creencias en las que se basa están suficientemente fundadas son cuestiones quedependen de estándares fijados en normas sociales. (Emociones, responsabilidad y derecho, Marcial Pons, Madrid, p. 123)
Puede decirse que la representación de estas normas sociales, junto a la imagen moral del hombre razonable motiva que la mayoría de los miembros del jurado experimente la necesidad de revisar sus creencias teniendo a la vista ciertas normas ideales manifiestas paulatinamente bajo elmodelo de comportamiento del hombre virtuoso, el jurado número ocho, e igualmente presentes bajo la figura de otros miembros del jurado: verdaderos, contundentes, cuando no contumaces contraejemplos.
Vistas así las cosas, puede decirse que la película llama la atención en torno a un tema de particular interés, sobre cuya base parecen planear e incluso alcanzar sentido las actitudes de los...
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