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Páginas: 22 (5321 palabras) Publicado: 5 de febrero de 2013
El riachuelo que descendía de la cima del monte por la vertiente áspera y desnuda había formado una cascada en mitad de su cambio. Allí, sus aguas, tan sosegadas y silenciosas, se agitaban formando grandes olas adornadas con movedizas coronas de espuma, y dejaban oír melodiosas canciones en un lenguaje desconocido para los hombres, pero que comprendían perfectamente los pájaros que venían a beberen su corriente cristalina, y las flores que esmaltaban sus orillas mirándose vanidosas en el inquieto espejo.
Aprovechando la fuerza del salto de agua, habíase construido allí un molino. Alzábase solitario, moviendo las aspas lentamente y acompañando con el chirrido monótono de sus ruedas, la canción de las aguas.
Un día, el molinero trabajaba; su mujer cosía sentada a la puerta; a su lado, enuna cunita de madera dormía la niña, pequeñita, rubia, sonrosada, con los ojos azules como el cielo, que veía constantemente desde su cuna.
Por el camino que desde la aldea próxima conducía al molino, subía muy despacio un niño. Venía rendido, muerto de cansancio y de angustia: ocho días llevaba caminando al azar, sin saber dónde ir. Murió su padre, destrozado por una máquina en la fábrica dondetrabajaba. Su madre, loca de pena, quiso hacer un esfuerzo, vivir aunque sin alma, para no dejar solo en el mundo al hijo de sus entrañas; pero no pudo. Sin fuerzas, sin recursos, buscó trabajo y no lo halló: salió de su país y se dirigió a otras tierras a buscar fortuna. Sólo encontró la muerte; y el niño, después de dejarla sola en el cementerio del pueblecillo aquél, cuyas blancas casitassonreían en el fondo del valle, siguió su camino con el corazón hecho pedazos, sin saber dónde ir, sin atreverse a pedir auxilio a nadie, porque a nadie conocía, y su horrible desgracia le hacía desconfiar de todo y de todos.

Pobrecito niño: estaba muy malo.
Sus labios; antes alegres como mañana de primavera, habían perdido su tierna sonrisa; sus ojos, brillantes como estrellas, se habían tornadoen melancólicos y tristes...
No jugaba, no reía jamás; pálido, demacrado, con la cabeza siempre caída, con los ojos inundados en lágrimas silenciosas, sufría de continuo sin que pudieran explicarse perfectamente la causa de su abatimiento, ni él, ni el sinnúmero de doctores que con solícito afán le asistían y que habían agotado todo el caudal de su ciencia sin conseguir ningún resultado.Minuciosos reconocimientos, observaciones escrupulosas, estudios detenidos... todo era inútil; sus padres se morían de pena al notar los rápidos y desconsoladores progresos de la enfermedad; su hermana, la preciosa niña de cabellos de oro y carita de rosa, empleaba en distraerle el torrente de su hechicera gracia infantil.
Nada bastaba: antes al contrario, la presencia de la niña le malhumoraba, suscaricias le entristecían; solamente estaba tranquilo sin verla, sin oír hablar de ella a los demás.
El niño sentía, sin poder definírselo por completo, una inquietud moral que le atormentaba, un ahogo interior que mataba la alegría peculiar de sus pocos años, un algo misterioso y amargo que le privaba de inocentes y sabrosos goces, que helaba la sonrisa en sus labios.
¡Aquello era horrible!
Unanoche se acostó entristecido y lloroso; se había celebrado el santo de la hermanita, y las distinciones y los festejos habían sido en su mayor parte para ella.
¡Cuánto sufrió el enfermito! Estaba rendido, rendido.de llorar... Se durmió... soñaba...
La diminuta alcoba se iluminó de repente; un hermoso ángel, rodeado de luminosa y esplendente aureola, cubierto por blanca túnica cuajada de azulesestrellas, coronado de flores delicadas, penetró en ella.

Sentada en una silla. con un montón de ropa que coser al lado, mirando a menudo las despiadadas manecillas del reloj que con su vertiginosa carrera iban robándola horas de sueño. movía maquinalmente sus helados dedos que se resistían a seguir trabajando.
¡Cuántas penas. cuántos afanes. cuántas angustias! Desde el aciago día en que la...
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