Doctor

Uno, dos, tres, cuatro… No puede ser, era inútil, por más que lo intentaba no le salían las cuentas. Se suponía que de bolardo a bolardo había seis pasos, él lo sabía, llevaba meses contando, y no tenía dudas. Era la nieve la que no le dejaba contar bien, hacía apenas una semana que había entrado el invierno y el pueblo ya estaba completamente cubierto, pero eso no le impedía ir al puerto cadamañana.
Hacía tiempo que iba, la única diferencia era, que cuando estaba con su padre, no se molestaba en contar los pasos.
Habían sido unos meses duros, desde el momento en que un compañero de faenas fue a contarles, como, en medio de una tormenta en alta mar, su padre cayó al agua al intentar soltar unos cabos, y, que de no haberlo hecho, habrían perdido el mástil arrancado por el viento. Haceya mucho tiempo que finalizaron las exequias y los homenajes. Hacía ya mucho tiempo que la gente había dejado de darles el pésame y de mostrarles sus condolencias, pero para él, no había terminado, su dolor seguía tan presente como el recuerdo de su padre.
Él seguía notando sus callosas manos al removerle el pelo, justo antes de calarle su gorra de marinero y llamarle grumete. Aquel recuerdosolía dibujarle una sonrisa en la cara, la cual iba seguida de una profunda tristeza al darse cuenta de que lo había perdido.
Serían las seis de la madrugada, el puerto estaba abarrotado, los hombres iban de aquí para allá ultimando los preparativos para zarpar en cuanto el capitán diese la orden. Muchos barcos ya habían soltado amarras y se disponían a salir, mientras que las velas de otros ya seperdían por el horizonte. La mayoría eran pesqueros, barcos recios, con la madera estresada y la pintura levantada a consecuencia de mil faenas, pero también se podían ver barcos mercantes que partían hacía tierras lejanas y exóticas, con sus velas blancas reflejando el sol matinal al ondear.
Esperó hasta que todos los barcos hubieran zarpado, no quería que nadie le viera, golpeó con la punta delzapato el último tablón del muelle para desprender la nieve antes de sentarse.
Ese era su sitio, el séptimo muelle si cuentas desde la derecha, el cuarto desde la izquierda, a 138 pasos contando a partir del primer pie que pones en tierra nada más bajar las escaleras que comunican el atracadero con el paseo marítimo. Ese era el sitio desde donde agitaba los brazos a modo de despedida al verlopartir y era el sitio desde donde oteaba el horizonte anhelando su llegada.
Unos meses atrás la visión del pesquero al acercarse al puerto, habría hecho que le embargase el júbilo, esperaría hasta que el barco hubiera echado amarras, y en cuanto su padre pusiera un pie en tierra, se habría abalanzado sobre él, para ser recibido entre sus brazos, con una sonrisa y el relato de cómo había transcurridola jornada. En estos momentos, la mera idea de que le vieran allí esperando, le disgustaba tanto, que cuando veía aparecer las velas por el horizonte, se levantaba y se iba.
Estando allí solo, ocupaba su mente en recordar, sabía que no debía hacerlo, que solo le traería dolor, pero no podía evitarlo. Había discutido con su madre ya un par de veces por echarse novio, le enfadaba que sustituyera asu padre, pero lo cierto era que ahora que él no estaba, la familia necesitaba de alguien que llevase el pan a la mesa. Él se había ofrecido a trabajar, pero su madre lo desechaba diciendo que tenía que ir al colegio.
Solía permanecer allí hasta la hora de comer, que es más o menos cuando se acababa la jornada y los pescadores volvían a casa. Era mucho el tiempo que pasaba ahí sentado, y a vecesle gustaba distraer la mente contando los peces que veía pasar por debajo de sus pies, o tirando piedras a las gaviotas que se posaban en el puerto. Era un chico que no gustaba de la violencia, pero sentía una especial aversión hacia las gaviotas. A menudo confundía sus graznidos con risas burlonas, que se le metían en la cabeza y le percutían el cerebro. Había aprendido a abstraerse,...