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Huyan del tópico. Esta vez la victoria no sólo vale tres puntos, que también. Después de ganar al
Barcelona, el Madrid deja en un mínimo punto la diferencia que llegó a ser de seis. Pero hay más.
El
triunfo, cerca de la goleada, significa también una prevalencia futbolística, la confirmación de una superioridad que ya no es sólo física, sino estética y hasta filosófica.
Lo moderno es lo que hace el
Madrid, lo vanguardista es encontrar el equilibrio entre la fortaleza y la técnica, lo difícil es ajustar cada
jugador hasta lograr el ajuste colectivo. Eso ha logrado Ancelotti: Isco araña, James corre maratones y a
Benzema le hierve la sangre.
Pero ordenemos el relato. La primera sorpresa fue la
titularidad de Luis Suárez
Fuimos tan incautos
que pensamos que el Barça se guardaría el abrigo de pieles el primer día de frío.
La siguiente
conmoción fue el efecto de intimidación que causó su alineación junto a Messi y Neymar.
Inesperadamente, la defensa del Real Madrid se retrasó unos metros, los suficientes para dar sentido al
plan del Barcelona. Con el campo más largo, el Madrid no llegó a la presión y sin presión
Xavi volvió a tener 20 años
. Iniesta también se quitó hojas del calendario y Busquets achaques de encima. Así es. El
Barcelona del futuro reeditó en 2014 (180 millones de euros después) el mediocampo de los grandes
éxitos, de los viejos éxitos. El resultado es que durante media hora asistimos a un Clásico de años atrás, controlado por el Barça, dominado por su superioridad técnica en el centro del campo, por aquella música
hipnótica que hacía bailar a las serpientes.
El gol de Neymar no fue una consecuencia de cuanto expongo, sino un anticipo.
El brasileño marcó a
los tres minutos de juego después de recorrer la frontal y después de librarse, demasiado fácil, de
la vigilancia de Carvajal y Pepe.
Su derechazo fue impecable, también hay que señalarlo.
El último asombro es que Benzema se reservó el derecho de réplica
. Primero con un remate mal dirigido
y luego con dos palos en cinco segundos: balón peinado y fusilamiento sin precisión. No tardamos en
comprobar que el francés era el único madridista sobre el campo (y fuera) que no estaba groggy.
Son las
ventajas de sintonizar una frecuencia distinta al mundo convencional, de llevar otros
sombreros.Mientras Karim se vestía de superhéroe, el resto del equipo todavía era incapaz de recordar
su nombre y dos apellidos.
Los minutos que siguieron fueron los del Barcelona, minutos golosos, casi pornográficos, de gozar con el
miedo ajeno. Tras la virtud llegó el pecado: el Barça prefirió recrearse antes que sentenciar.
Retrasó el
disparo mortal como esos malos de película que nunca terminan de rematar al bueno, y le cuentan su proyecto diabólico, y le dejan explicarse, y le invitan a un whisky, y dan tiempo a los
refuerzos.
La madre de todas las claves se reveló en el minuto 21, cuando Messi falló lo que nunca falla
y Casillas tocó lo que antes siempre tocaba, remate a bocajarro despejado por el santo. Tampoco
podemos despreciar la intervención invisible de Zarra, que tendrá una semana más su récord a buen
recaudo. Acto seguido, Piqué completó la salvación del Madrid.
El central cometió un penalti que descubrió
algunas incapacidades graves: fue incapaz de evitar la caída y de encoger el brazo, de mantener
la autoridad sobre su imponente 1’92.
No es cuestión de altura. Llega un momento, camino de los 30,
en que los cuerpos ya no lo resisten todo. Quien lo probó lo sabe. Cristiano transformó la pena (16 goles en los primeros nueve partidos de Liga) y
el Madrid se sintió
como si acabara de recibir el indulto del gobernador.
Decidió que tenía la ocasión de empezar una
vida nueva y comenzó a vivirla. Para el Barça fue justo lo contrario, el tormento de las ocasiones
perdidas.
Cuando se dio inicio a la segunda parte, el equipo de Ancelotti ya corría cuesta abajo....
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