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disimulo
El Estado del disimulo Entrevista
realizada a José Ignacio Cabrujas en
1987, por el equipo de la revista
Estado & Reforma
José Ignacio Cabrujas
http://www.relectura.org/cms/content/view/362/80/
El Estado del disimulo
Entrevista realizada a José Ignacio Cabrujas en 1987,
por el equipo de la revista Estado & Reforma Exponente de la modernidad del teatro venezolano, José Ignacio
Cabrujas no se oculta en la forma para evadir el fondo.
Racionalmente crítico con la realidad, tiene su referente directo
en la
cultura venezolana y su razón dialéctica parte de la
confrontación de la regionalidad y la universalidad para asegurar
una evidente trascendencia: actor, director y dramaturgo se inició en el oficio con el Teatro Universitario de la Universidad
Central de Venezuela, donde estudiaba Derecho. Hombre de la
televisión y del periodismo, no ha desaprovechado sus opciones
como comunicador de masas. De aguda percepción, claro estilo
y reflexivo decir, es un intelectual de bien ganada credibilidad en
el quehacer cultural contemporáneo.
Cabrujas dejó volar su gusto por el análisis y la reflexión durante tres horas con el equipo editor de Estado & Reforma. Por
razones estrictamente relacionadas con la dictadura del espacio,
buena parte de la conversación se ha quedado en la libreta; sin
embargo, consideramos que la síntesis que presentamos refleja
en buena medida el parecer de José Ignacio Cabrujas sobre el
Estado y el proceso modernizador que adelanta la Comisión
Presidencial para la Reforma del Estado. –El concepto de Estado en Venezuela es apenas un disimulo...
–El concepto de Estado es simplemente un “truco legal” que
justifica formalmente apetencias,
arbitrariedades y demás formas del “me da la gana”. Estado es
lo que yo, como caudillo, como simple hombre de poder,
determino que sea Estado. Ley es lo que yo determino que es
Ley. Con las variantes del caso, creo que así se ha comportado el Estado venezolano, desde los tiempos de Francisco Fajardo
hasta la actual presidencia del doctor Jaime Lusinchi. El país
tuvo siempre una visión precaria de sus instituciones porque, en
el fondo, Venezuela es un país provisional. La sensación que
uno tiene cuando viaja al Perú o a México y observa las
edificaciones coloniales, –palacios de gobierno, cuarteles,
catedrales, inquisiciones, es decir, las formas arquitectónicas del Estado–, es de permanencia y solidez, como si la noción de
futuro
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estuviese en cada ladrillo. Quien hizo la Catedral de México,
además de edificar un concepto, pretendió exactamente levantar
un templo perdurable y asombroso. Por el contrario, cuando uno
entra en la Catedral de Caracas, termina por entender donde
vive. La Catedral de Caracas es un parecido, un lugar grande, relativamente grande, todo lo grande que podría ser en
Venezuela un lugar religioso, pero al mismo tiempo se trata de
una edificación provisional que forma parte del “más o menos”
nacional. Uno siente ese “más o menos” en la artesanía de los
racimos de uvas, corderos pascuales, triángulos teologales o
sandalias de pastores. Uno comprende que alguien levantó esa catedral “mientras tanto y por si acaso”. La historia nos habla de
un país rico
habitado por depredadores incapaces de otra nostalgia que no
fuese el recuerdo de España. Se dice que nuestros indígenas
eran tribus errantes que marchaban de un lugar a otro en busca
de alimentos. Pero tan errantes como los indígenas fueron los
españoles. Vivir fue casi siempre viajar y cuando el Sur comenzó a presentirse como el lugar del “oro prometido”, llámese Dorado
o Potosí, Venezuela se convirtió en un sitio de paso donde
quedarse significaba ser menos. Menos que Lima. Menos que
Bogotá. Menos que el Cuzco. Menos que La Paz. Se instaló así
un concepto de ciudad campamento magistralmente descrito por
Francisco Herrera Luque en una de sus novelas.
– ¿Seguimos viviendo en un campamento? ...
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