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Páginas: 25 (6025 palabras) Publicado: 7 de abril de 2014
Las mil noches del

boliviano
Fotografía: Manjarrez
Ilustración:IstockPhoto

La de Víctor Hugo
Viscarra
es una historia
excepcional.
Indigente
desde los
12
años,
se educó a sí
mismo y a todos
los maleantes, prostitutas y vagos que tuvo a su
alrededor. Lo hizo a su manera.
Leyó y escribió a marchas forzadas. Bebió tanto alcohol como
pudo, resistiendo el pesado frío
de lasmadrugadas en las calles
bolivianas. Inusualmente, gozó
de un respetable “éxito”: publicó
varios libros, con buenas críticas,
y de tanto en tanto lo entrevistaron los medios. Pero nunca
dejó las calles, la noche y el alcohol. Finalmente, Víctor Hugo no
murió como quería: “solo y como
un perro, pero libre, tomando el
último trago”, sino en una cama
de hospital. Esta es la historia de
las milnoches de este hombre
llamado “el Bukowski boliviano”.
Por Álex Ayala Ugarte*

Mi primer encuentro con Víctor Hugo fue sin trago de
por medio, en enero de 2004, a las siete y media de la
noche en la Casa de la Cultura de La Paz. Yo no lo conocía. No había visto antes ninguna fotografía suya. Y las
interrogantes eran muchas. ¿Serán sus lentes gruesos?
¿Será dueño de una barba mal cortadao de un bigote bien
cuidado? ¿Llevará una botella estrangulada en alguna de
sus manos? ¿Fumará negro?, me preguntaba. Hasta que
el portero de la Casa de la Cultura me devolvió a la realidad con un anuncio escueto. “Ahí está”, dijo, estirando
luego el dedo índice como un pirata, hacia lo lejos.
Más que una persona, medio encorvado, parecía una
sombra. Caminaba lento, a pasos cortos, mezcladoentre
la gente sin que nadie reparara en su presencia. Se cubría
con una chamarra café, una camisa medio blanca, medio sucia, un suéter viejo y un pantalón negro. Tenía la
pinta lúgubre de un enterrador antes de meter pala a una
tumba.
Cuando le hice una señal se acercó enseguida y alargó
la mano para darme un apretón tibio. Después soltó uno
de los chistes que usaba a veces para romper elhielo.
–Hola, soy Víctor Hugo Viscarra, el antropólogo –me
dijo.
–¿El antropólogo? –contesté con un ademán de
sorpresa, medio confundido.
–Sí, sí, el especialista en antros –dijo él con cara de
no haber roto nunca un plato. Y luego me mostró una
sonrisa de niño malo a la que le faltaban varios dientes.
Días atrás, Viscarra había llamado a la redacción del
diario en el que yo trabajabaporque lo había mencionado en un reportaje sobre el binomio escritura-alcohol
y quería conocerme. Hablamos un ratito por teléfono y
acordamos una cita. Pero con él los compromisos tenían
menos valor que un cheque sin fondos. Y corría el riesgo

de que no se presentara. Un año antes, una
periodista del diario chileno La Nación pasó
las de Caín para ubicarlo. Pablo Gozalves, su
editor en aqueltiempo, lo había dejado esperando en la capilla del Sagrado Corazón,
pero escapó para continuar con su farra interminable y demoraron casi una semana en
rescatarlo de las calles para que atendiera la
entrevista.
Por eso, el hecho de tenerlo frente a mí era
un alivio. Y en un par de minutos comprendí el
por qué de su puntualidad y su buen aspecto,
cuando me confesó que llevaba casi 11 mesessin beber para cumplir con un tratamiento
contra la tuberculosis que le había impuesto
el médico. Porque, aunque borracho de corazón, lo hizo con la misma determinación
con la que un predicador alza la Biblia para
pregonar el fin del mundo. En los momentos
de mayor flaqueza, Viscarra solía lanzar una
amenaza contra sí mismo como quien recita
una poesía: “El trago o yo”, decía. Esta vezfue él y su salud se lo agradeció.
De mutuo acuerdo decidimos ir a una cafetería cercana en los bajos del hotel Gloria, al
abrigo de una ciudad gris, con olor a orín en
las aceras, paredes mal pintadas y subidas y
bajadas en cada esquina. El escritor pidió un
mate y un sándwich de jamón con queso. Y a
continuación depositó en la mesa un amasijo
de recortes y varios de sus libros con un...
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