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Páginas: 33 (8013 palabras) Publicado: 30 de octubre de 2014
LA CASA MUERTA (Alina Gadea)
En ese tiempo me interesaban las casas que habían muerto porque, a diferencia de las personas, uno las podía revivir. Eso es lo que buscaba una mañana brumosa frente al mar de Mira flores. Una casa para resucitar. Una casa donde hubiera habido vida a raudales que se hubiese ido extinguiendo poco a poco hasta quedar reducida a telas de araña y a fantasmas.Un domingode invierno en la mañana, después de haber trabajado toda la noche frente a mi tablero, me alisté para salir a caminar por el Malecón de la Reserva. Fui serpenteando por el camino sinuoso de calles olvidadas y entré por una que se abría en tres, con una quinta como estrella. Me detuve en el centro. No pasaban carros, así que observé el lugar por un buen rato sintiendo cómo me mojaba una garúatonta. Las esquinas de las calles eran curiosamente curvas, con casas estilo Tudor. Yo sabía que habían sido construidas cien años atrás por un arquitecto inglés que luchaba contra la nostalgia de estar lejos. Como si hubiera querido reproducir algo de su niñez aquí.Me llamó la atención una casa enorme y antigua, de techos a dos y a cuatro aguas. Algunos más agudos y altos que otros. Una buganvillagobernaba la punta del sombrero de bruja de uno de los tejados como un inmenso animal colorido desparramado por el techo. Entre la explosión de flores asomaban tímidamente las ventanas polvorientas de la buhardilla, entreabiertas como ojos con sueño. ¿Quién sabe qué o quién se ocultaría detrás de ellas? Miré las persianas de madera; parecían separar la casa del mundo y aislarla del tiempo. ¿Quéhabría dentro de ella? Me sentí tentada de tocar la aldaba pesada. No tenía que seguir buscando. Esa casa era la que había visto en sueños, y para mi suerte tenía un letrero colgado tristemente como un collar al cuello que decía: “Se vende”. Me contuve por unos segundos antes de decidirme a tocar la puerta. Traté de mirar por una rendija y sólo vi. Hojas secas, algunas macetas vacías y unos gatos queactuaban como dueños de casa. Un olor a humedad que venía dentro se adivinaba desde la ranura. En el suelo había innumerables volantes de comidas ordinarias y rápidas, así como ofrecimientos inútiles de reparaciones en general. También vi. Una madreselva enlazada con un jazmín que subía retorciéndose por la reja de una ventana. Sentí una oleada de fragancia luchando con toda su frescura contra elolor a encierro.Finalmente puse la mano en la aldaba y la sostuve por largos instantes, como adelantándome a mi viaje hacia el interior de la casa. Un viejo afilador de cuchillos pasó en ese momento con su extraña rueca cuyo sonido inconfundible me hizo volver en mí. Parecía un gnomo sacado de un cuento que sonaba como el flautista de Hamelin.Golpeé la aldaba y no puedo negar que sentí algoparecido al miedo. Esperé sin saber por qué esa inquietud. Dejaría los planos de los edificios modernos que no me decían nada. El diseño de espacios funcionales y pequeños de techos bajos y de materiales nobles me ayudaba a comer, pero no alimentaba mi espíritu. Yo quería algo más que pan.Era seguro que el se acercara a esa vieja casa querría, como lo habían hacho ya muchos arquitectos con otras casasde esa zona, tumbarla y construir uno de esos edificios como los que yo diseñaba. Esto era algo distinto. Era algo así como una ilusión, un juego que iba más allá del trabajo y del dineroOí pasos detrás de la puerta y finalmente la voz de un hombre joven:¿Quién es?Buenos días. Soy arquitecta y vengo por el cartel que dice “Se vende”.Abrió la pequeña ventana del postigo en la puerta grande. Vi sucara como salida de la nada, o del pasado, o del encierro. Del gris del cielo, tenía unos ojos cansados y algo tristes.Tiene que llamar por teléfono y hablar con la señora para sacar una cita. Ella sólo recibe por las tardes, es decir, algunas tardes. Voy a buscar el número.Luego de unos momentos me extendió por entre los fierros forjados de la pequeña ventana de madera un papel marron arrugado...
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