Dos Colores
Habría sido una noche hermosa de no ser porque el aire era tan denso que podía
morderse. Las copas de los árboles no se mecían, permanecían tan quietas como si
estuviesen atascadas en una sustancia espesa como el petróleo. El viento guardaba
silencio, descansaba en alguna parte lejos de este bucle estancado.
El agujero amplio y oscuro que estaba en el piso parecía también estardentro de mí.
Estaba en mis días, en mi mirada, en mis horas, en mi cariño y en mi memoria. Como si
no existiese otro vacío así en el mundo yo miraba el agujero mientras con algo de
pesar me preguntaba si tal vez mis agujeros también podrían llenarse con tierra, pero
en el fondo sabía que mis sepulcros permanecerían abiertos y que ningún sepulturero
por hábil que fuese, los podría cerrar a paladas.
Elsilencio de ahora era incluso más afilado que las palabras que semanas atrás
volaban por los aires dentro de nuestra habitación. Eran fuertes, agresivas, hirientes y
ardientes; eran odio puro entre dos almas que se amaban, eran un mal augurio y
ambos lo sabíamos.
Quizás perdí la idea de quién solía ser, me quedé a mitad del camino o simplemente
me vi tan frustrado que pronto no pude conmigo. Yella, que siempre fue tan
transparente y ordinaria como el agua del grifo, se manchó en un instante con mis
lágrimas negras, espesas como la tinta con que me despido…, no sin antes contar cómo
y por qué terminé en esta penosa y lúgubre situación:
El martes anterior, salí temprano de la librería porque sabía que nadie iba a comprar
nada. Llegué a casa y oí los gemidos de una mujer al pasar el umbralde la puerta. No
era mi mujer, pero me asqueó profundamente que los gemidos viniesen de nuestra
habitación. Me acerqué lentamente a la puerta del cuarto cuando vi a mi mujer
asomarse por el pasillo. Los gemidos no paraban. Mi mujer hizo un gesto de súplica
con las manos para que yo no abriera la puerta, pero estaba furioso e indignado, así
que sujeté el frío pomo metálico y me dispuse a girarlo.Sentí aquellas suaves manos sobre mi brazo y con repulsión abaniqué y le aparté de
mí. Ella me miraba mientras el traquetear de la cama se hacía más intenso del otro
lado. Vi la necesidad en sus ojos, la súplica, la humillación…, su indignación era tan
grande como la mía en aquel momento, pero nuestra necesidad era mucho mayor.
Solté el pomo y salí sin decir una palabra, estaba harto de aquellahumillación, de
aquella inmundicia en la que vivíamos. No lo soportaba y ello me hacía vivir lleno de
ira y de decepción. En el momento en que todo hervía dentro de mí, ella lo sabía y se
acercaba tendiendo las manos. Pero yo que nací siendo hosco y egoísta con lo que
siento, la apartaba de mí y la ignoraba, tal vez para no hacerla sufrir. Y aun así, como
ella fue siempre tan sensata y de corazónnoble, sufría por mí. Sabía que yo no era feliz
y que al contrario estaba lejos de serlo y por eso se sentía infeliz ella también. Me
amaba tanto como para odiarse por no ser mi felicidad. Y sin embargo jamás se iría:
sería infeliz conmigo hasta el final de sus días.
Debí dejarla, debí admitir que sus manos son de esas que sanan. Debí dejar que me
tocara con ellas, que acariciara mis penas y sanaramis abismos, así quizás no sólo me
habría salvado yo, si no también ella. Pero el orgullo desgraciado…
Al volver la encontré cambiando las sábanas con la vergüenza hirviendo hasta en la
punta de sus ondulados cabellos. Había un puñado de billetes sobre la mesa de noche
junto a un plato pequeño repleto de colillas de cigarrillo. “¿No le bastaba que mi
cuarto quedara oliendo a lujuria como paradejarlo también impregnado a tabaco?” le
dije a mi mujer. Ella no me contestó, apenas si dirigió una leve mirada al cenicero.
“¿Quién era?” le dije. “Mi hermano… y una puta seguramente. Somos más baratos que
un motel.”, fue la respuesta de ella.
No quise saber más del tema y salí de la casa nuevamente, esperando únicamente que
el infeliz (o bastante feliz) de mi cuñado nos hubiese dejado suficiente...
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