Doña Barbara
Doña Bárbara:: IX. Las veladas de la vaquería Rómulo Gallegos
Empezaban a menudear los gallos, cuando comenzó en Altamira el bullicio de los preparativos. Pasaban de treinta los peones con que contaba ahora el hato, y, además, estaban allí otros vaqueros de Jobero Pando y El Ave María.
Ensillaban de prisa,pues había que caerle al ganado en sus dormideros antes que empezara a disgregarse, y, entretanto, se reclamaba a gritos los trebejos que no encontraban a mano.
–¡Mi mandador! ¿Dónde está que no lo encuentro? Vaya soltándolo el que lo tenga porque es muy conocido: tiene una jachuela en la punta, y si se la pican, lo conozco por el cortao.
–¿Qué hubo del cafecito? –voceaba Pajarote–. Ya el díaviene rompiendo por la punta, y nosotros todavía dando vueltas por aquí.
Y a su caballo, mientras le apretaba la cincha:
–Vamos a ver, castaño-lucero, cómo te portas hoy. Mi soga está más tiesa que pelo e negro; pero no la engraso, porque la nariz de un salenco viejo que vamos a aspear entre los dos en cuanto rompa el levante, me la va a dejar suavecita, que ni pelo e blanco.
–Apuren, muchachos–reclamaba Antonio–. Y los que tengan caballos chucutos, crinejeen de una vez, porque vamos a «legar picando.
–Ch’acá el cafecito, señora Casilda –decían, acudiendo a la cocina, los que ya habían ensillado.
Un fuego alegre, de leñas resinosas, chisporroteaba en el fogón entre las negras topias que sostenían la olla. Cantaba dentro de ésta el hervor de la aromática infusión, y en las manos de Casildano descansaba la pichagua con que la trasegaba al colador de bayeta, pendiente del techo por un alambre, mientras las otras mujeres se ocupaban en enjuagar los pocillos y en llenarlos y ofrecérselos a los peones impacientes, y durante un rato reinó en la cocina la animación de las frases maliciosas, de los requiebros crudos y picantes de los hombres, de las risas y réplicas de las mujeres.Bebido el café –después de lo cual no caería en los estómagos de aquellos hombres, hasta la comida de la tarde al regreso al hato, sino el cacho de agua turbia y la amarga saliva de la mascada de tabaco–, partió el escuadrón de vaqueros, con Santos Luzardo a la cabeza, alegres, excitados por las perspectivas de la jornada apasionante, cruzándose chistes y reticencias maliciosas, recordándose mutuamentepercances de anteriores vaquerías donde arriesgaron la vida entre las astas de un toro o estuvieron a punto de morir despanzurrados bajo el caballo, estimulándose unos a otros con hazañosos desafíos.
–Vamos a ver quién se pega conmigo –decía Pajarote–. He hecho la apuesta de aspear veinte bichos yo solo, y las gandumbas serán la prueba.
*
Recia fue la brega y duró hasta el mediodía. Los lazosno descansaban en las manos de los vaqueros, muchos caballos quedaron muertos y los que no sucumbieron, apenas podían sostenerse sobre sus remos calambreados; pero ya el rodeo estaba parado y quieto, porque también las reses estaban despeadas de tanto corretear. Sólo los hombres estaban enteros todavía, derechos sobre las bestias jadeantes, insensibles al hambre y a la sed, roncos de gritar,...
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