Dreaming In Cuba

Dreaming in Cuba
Leonardo Padura y Lucía López Coll
Una de las cosas que más odia Manolo en el mundo es pasarse el día
dando vueltas con su auto por esas calles infernales, a pleno sol y sudando a
mares. Además piensa que su máquina, eficiente pero ya cincuentenaria, sufre
demasiado con ese calor. Por eso prefiere las noches, más frescas y con
mejores clientes, dispuestos a pagar sindiscutir el precio de una “carrera” a
cualquier parte de la ciudad. Para ganarse la vida Manolo decidió convertir en
taxi el macizo Dodge fabricado en Detroit, en 1955, heredado de su padre. A
veces tiene suerte y lo contratan para una boda o una fiesta de quince. Los
novios se retratan en su reluciente auto (él mismo lo pintó con un esmalte rojo
vino brillante) y tiran la casa por la ventanaaunque al día siguiente se tiren los
trastos a la cabeza.
Cada noche recorre las mal iluminadas calles de la urbe y ve cosas
extraordinarias que luego le comenta a Katia, su mujer. Ahora piensa que ella
se va a divertir cuando le describa sus primeros clientes de esta noche, una
pareja jovencísima que iba para El Vedado. Los muchachos usaban unas ropas
tan estrafalarias que apenas pudo distinguiral hombre de la mujer, porque los
dos llevaban argollas en las orejas, el cabello corto, ¡los labios pintados de
negro y las cejas depiladas! “La verdad es que hay cada personajes.... Aunque
a mí me importa poco, cada cual que haga lo que le de la gana, mientras no
jodan a los demás y me paguen...”.
Cuando a sus 24 años Manuel Cabrera Saumell, lleno de planes y de
orgullo, obtuvo su diplomade ingeniero mecánico, nunca imaginó que alguna
vez tendría que ganarse la vida como chofer de alquiler, ni que el triste destino
de aquel documento, en su momento recibido por su padre con lágrimas en los
ojos, sería dormir el sueño eterno, olvidado en un oscuro rincón.
Manolito, como le decía su familia, fue uno de los últimos jóvenes
cubanos graduados en la desaparecida Unión Soviéticagracias a una beca de
estudios. El muchacho nunca se acostumbró del todo a los rigores del clima
ruso, pero agradeció en el fondo la rigidez de los profesores y las exigencias de

un programa académico que demandaba de él una disciplina casi militar y
muchas noches en vela para sobrepasar la doble barrera del idioma y las
asignaturas de la carrera.
Del extinto país de los Soviets trajo pocosrecuerdos materiales y dos
amores verdaderos, de los que duran toda la vida. El primero de esos amores
es Katia, una dulce ucraniana descendientes de judíos (la koljosiana, le decían
sus burlones compañeros), con la que llevaba felizmente casado más de 20
años y que, al llegar a La Habana por primera vez, no podía creer lo que veían
sus ojos: una ciudad en constante movimiento, con tantagente en la calle, y
tiendas, y edificios bonitos por todas partes. Claro que luego muchos de esos
edificios dejaron de ser bonitos, y algunos hasta se cayeron de viejos, y muchas
tiendas cerraron porque no había nada que vender, para renacer después
transmutadas en TRD (tiendas recaudadoras de divisas, divisas que ni Katia ni
su marido ganaban)... Pero a Katia, también fiel a sus amores, lesiguió
pareciendo La Habana una ciudad mágica, un lugar bendito a pesar del calor, la
bulla, la falta de agua, los apagones, los ómnibus repletos y otras menudencias
de las que se suelen llamar “dificultades cotidianas”.
Su segundo amor es un poco más complicado, porque Manolo no escogió
su carrera por pura inercia -como algunos de sus compañeros-, sino porque
heredó de su padre la pasión porlas máquinas, los motores y cualquier otro
ingenio mecánico inventado por el hombre. A su viejo (que en paz descanse), le
decían Manolo “Alicate” y fue uno de los mejores mecánicos (si no el mejor), de
autos americanos de cualquier marca de los que habían entrado al país, en
cantidades desconocidas pero abundantes, antes de 1959. Siempre que no
tenía clases y en contra de la opinión de Nora,...