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La historia del problema del alma es, en realidad, la historia de la entera
filosofía. Esta comienza, en efecto, cuando el ser humano se interroga sobre sí
mismo; el permanente desasosiego que su condición le suscita es lo que le mueve
a preguntarse: ¿qué soy yo?, ¿de qué estoy hecho?, ¿cuáles son mis ingredientes
básicos? Sobre esta batería de preguntas gravitan, además, tres persuasiones en las que
late ya el problema del alma; los hombres atribuyen a sí mismos no sólo un valor
contable, sino también una ,"dignidad y una libertad, cosas ambas que nunca han
reconocido en el resto de los entes mundanos; se resisten a desaparecer con la
desaparición de su estructura somática la aspiración a la supervivencia es universal y prefilosófica; se reconocen dotados de una creatividad racional
(ciencia, técnica, lenguaje), estética (arte) y ética (religión, moral).
La búsqueda de una explicación a estas tres constantes de la experiencia que el
ser humano hace de sí mismo es el origen de la filosofía; en ellas se contiene
virtualmente todo el enigma del hombre, con su pertinaz obstinación en creerse
distinto de la simple cosa, del vegetal y de la bestia.
I. LA IDEA DE ALMA, FUNDAMENTO DEL CONCEPTO DE SINGULARIDAD
Pocas dudas pueden caber de que el concepto de alma (o espíritu) ha surgido
justamente para dar razón suficiente de esta triple persuasión y, a mayor
abundamiento, para responder a los interrogantes sobre el quid de la condición
humana antes mencionados. De los órficos y pitagóricos a Descartes y Kant, pasando por Platón, Aristóteles, la patrística y la teología medieval, la
aserción del alma ha funcionado como garantía de la singularidad irreductible
que el hombre ostenta frente a su entorno.
Correlativamente, su negación ha conllevado, de una u otra forma, la negación de
dicha singularidad: las antropologías desalmadas (las distintas variantes del materialismo antropológico, de Demócrito a Marx) propenden, en última instancia,
a ignorar o desdibujar el carácter único del hombre, bien retrotrayéndolo a los
niveles físico o biológico, bien estipulando entre estos y el nivel
antropológico una diferencia gradual/ cuantitativa, no esencial/cualitativa (la
única excepción a esta regla sería la teoría antropológica del materialismo
emergentista, como se dirá luego). No es posible consignar aquí los diversos avatares de la idea del alma en la
historia del pensamiento filosófico; cualquier diccionario de filosofía
suministra al respecto información suficiente. Baste señalar que su trayectoria
bien puede calificarse de paradójica.
En efecto, popularizado el concepto en Occidente por el cristianismo, sobre todo
por la teología paulina del Pneúma, con su rica polivalencia semántica, a nadie se le ocurrió durante siglos cuestionar su realidad. El idealismo romántico
alemán secularizó la idea, haciendo de ella una categoría clave de su filosofía
y de la teoría de la cultura; se habló así de ciencias del espíritu, de vida del
espíritu, de el espíritu absoluto, de el espíritu objetivo, etc. Pero
desarraigado de su suelo nutricio (el ámbito de la fe cristiana), el concepto se vio pronto aquejado de un proceso de anemia galopante, que acabaría con él en
escasos decenios. Feuerbach primero, Marx y los positivismos después, lo
liquidaron canjeándolo por su antónimo, la materia.
A decir verdad, ya en la cultura griega el concepto de psyché como
entidad/dimensión espiritual del hombre fue trabajado antes por las doctrinas éticoreligiosas (orfismo) que por el pensamiento filosófico. Es decir: los
griegos llegaron al alma por motivos más éticos que ontológicos o metafísicos
('metafísica). Actualmente, Popper se mueve en una línea análoga, al manifestar
su preocupación por la potencial inhumanidad de los materialismos cerrados: < La
desmitificación del hombre ha ido bastante lejos; incluso demasiado lejos». Esa ...
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