Dylan, thomas

Páginas: 178 (44320 palabras) Publicado: 22 de mayo de 2011
Dylan Thomas
Retrato
del artista
cachorro

Seix Barral

Dirección editorial: R. B. A. Proyectos Editoriales, S. A.

Título original: Portrait of the artist as a young dog
Traducción de Juan Ángel Cotta

© 1953, The State of Dylan Thomas
© Editorial Seix Barral, S. A., 1984, para la presente edición
Córcega, 270, 08008 Barcelona (España)
Traducción cedida por Editorial Planeta, S.A.
Diseño de colección: Hans Romberg
Primera edición en esta colección: mayo de 1985
Depósito Legal: B. 15.808/1985
ISBN 84-322-2036-1
ISBN 84-322-2159-7 (colección completa)
Printed in Spain - Impreso en España
Distribución: R. B. A. Promotora de Ediciones, S. A.
Travesera de Gracia, 56, ático 1°, 08006 Barcelona.
Teléfonos (93) 200 80 45 - 200 81 89
Imprime: Cayfosa, Sta.Perpetua de Mogoda, Barcelona
LOS DURAZNOS

El carromato de color verde pasto, con las palabras «J. Jones, Gorsehill» pintadas temblorosamente sobre la madera, se detuvo en el pasaje empedrado, entre La Pata de Liebre y La Gota Pura. Eran las últimas horas de una tarde de abril. Tío Jim, con su negro traje de mercado, dura camisa blanca sin cuello y gorra a cuadros, bajó crujiendo del pescante.De la pila de paja que se amontonaba en un rincón del carromato sacó a tirones una tosca canasta de mimbre y se la echó al hombro. Oí un chillido que salía de la canasta y vi asomar la punta rizada de una cola rosada, al tiempo que Tío Jim abría la puerta de La Gota Pura.
—Vuelvo en dos minutos —me dijo.
El bar estaba lleno; cerca de la puerta se hallaban sentadas dos mujeres obesas con vestidoschillones; una de ellas tenía un chiquillo moreno sobre las rodillas; al ver a Tío Jim se corrieron hacia un extremo del banco.
—Vuelvo en seguida —insistió él ferozmente, como si yo lo hubiera contradicho»—. Tú te quedas ahí, quieto.
La mujer que estaba sin niño alzó las manos.
—¡Oh, Mr. Jones! —dijo con voz alta y risueña. Y se sacudió como una gelatina.
Después la puerta se cerró y lasvoces se apagaron.
Me quedé solo, sentado sobre la vara del carro, en el estrecho pasaje, mirando La Pata de Liebre a través de una de sus ventanas. Una cortina mugrienta la cerraba a medias. Alcancé a ver un cuarto privado, lleno de humo, donde cuatro hombres jugaban a las cartas. Uno era enorme y moreno, con bigotes como manubrios y un rizo sobre la frente; sentado a su lado había un viejo delgado,calvo y pálido, de mejillas chupadas; los rostros de los otros dos se perdían en la sombra. Los cuatro bebían en grandes tazones terrosos. No hablaban. Hacían chasquear las cartas al echarlas sobre la mesa, raspaban sus cajas de cerillas, chupaban sus pipas, bebían a grandes tragos con el rostro muy serio y, de vez en cuando, hacían sonar la campanilla de bronce y, haciendo señas con los dedos,pedían más cerveza a una mujer de aspecto agrio con blusa floreada y gorra de hombre.
Oscureció con demasiada rapidez; las paredes se acercaron, se agazaparon los techos. A mí, que espiaba tímidamente en aquel oscuro pasaje de un pueblo extraño, el hombre moreno me pareció de pronto un gigante enjaulado rodeado de nubes, y el viejecito calvo se marchitó convirtiéndose en una corcova negra con lacúspide blanca. Desde Union Street podía saltar sobre mí en cualquier momento un hombre sigiloso esgrimiendo un cuchillo de doble filo.
—Tío Jim, Tío Jim —susurré, tan suavemente que no podía escucharme.
Comencé a silbar suavemente, pero cuando dejé de hacerlo pareció que el silbido continuaba detrás de mí. Bajé de la vara y me acerqué unos pasos a la ventana medio cerrada; una mano subió arañandopor el vidrio, buscando la borla de la cortina. No obstante la corta distancia que separaba de los jugadores el sitio en que yo estaba sobre las piedras, no pude advertir de qué lado del vidrio se movía la mano que tiraba de la borla.
Quedé aislado en la noche por un cuadrado mugriento. Una historia que yo había inventado en la cálida y segura isla de mi cama, mientras el adormilado Swansea...
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