Dónde leer

¿Dónde leer?
Hace exactos 16 años, el curso del cual participaba era sacudido por una idea tan potente como reveladora: Nuestro profesor de Antropología Cultural utilizaba el cuento “Funes El Memorioso” como ejemplo inverso de aquello que él llamaba “la condición humana”, es decir, que las personas no podemos – ni debemos – recordarlo todo. Lo que el maestro Sepúlveda nunca debe haberimaginado es que su comparación no me interesó tanto como el autor de la obra citada. Desde ese momento, algo así como una obsesión me había contagiado y la necesidad por abordar a Borges me fulminaba. Fue así como llegué a "Ficciones" y fue así como experimenté uno de los momentos más epifánicos como lector: "El Jardín De Los Senderos Que Se Bifurcan". Lo curioso es que leí ese texto una tarde de sábadoen el transporte público y no en el silencio de mi casa o de la biblioteca, como solía - y exigía - hacerlo. Este episodio sorpresivo, pero también contestatario y disruptivo, desafiaba lo más profundo de mi ideología sobre lo apropiado y hacía emerger la pregunta "dónde leer" como algo tan necesario como inquietante, tan irrenunciable como oportuno.
Siempre consideré que se debía leer en unescenario inmaculado, silente, casi religioso. De hecho, me costaba imaginar que en un ámbito distinto se pudieran alcanzar todas las bondades que, eventualmente, ofrece la lectura (aprender, viajar, discutir, pensar, emocionarse, reflexionar). Sin embargo, durante esa tarde invernal dicha noción entró en crisis. Leí “Papelucho” y, más tarde, “Sobredosis”, en la tibieza de mi cama. Antes de dormir oinmediatamente después de despertar, pero siempre en paz. Siendo adolescente esperaba que mi madre y mi padre se fueran a trabajar y que mis hermanos estuvieran en el colegio para tomarme la mesa del comedor y en ese santuario doméstico abordar las páginas del “Poema del Mío Cid”, “El Túnel”, “La Tregua” y “El Niño que Enloqueció de Amor”, entre muchos otros. En la Universidad, en tanto, siempreesperaba el crespúsculo porque en ese momento la biblioteca se comenzaba a desocupar y, por lo tanto, la revisión de Kant, Weber, Durkheim, Giddens, Touraine, García Canclini, Maturana y Jocelyn Holt, por citar a algunos, me resultaba infinitamente más confortable. A pesar de todo eso, la “micro”, “Ficciones” y yo se articularon como los componentes de una formula alquímica cuyo efecto transformó miconcepción del espacio al punto que comencé a subirme a cada vehículo con un libro en la mano esperando la esquiva embriaguez que Don Jorge Luis me había provocado. Lamentablemente, eso nunca volvió a suceder.
Enfrentado a esa nueva crisis – igual de conmovedora pero infinitamente menos edificante –, las preguntas se multiplicaron. Ya no bastaba con indagar dónde leer, también había que intentarresponder si todos los lugares valían la pena y si todos los contextos le hacían justicia a las obras y a sus autores. ¿Se puede leer a Shakespeare en el Metro?, ¿Se debe leer a Shakespeare en el Metro?, ¿Se puede leer a Miguel de Cervantes en un bus?, ¿Se debe leer a Miguel de Cervantes en un bus?, ¿Qué pensaría el autor de “Hamlet” si se entera que su libro será abierto el 15 de enero de un añocualquiera en una playa de Viña del Mar?; ¿Qué pensaría el responsable de “El Quijote de la Mancha” si supiera que su legado forma parte, junto a periódicos y revistas de papel cuché, del catálogo caleidoscópico de un escusado?, ¿Qué me diría Borges si le confieso que lo leí al interior de una máquina ruinosa y contaminante?
Como suele suceder, esas preguntas abrieron muchas otras y susrespuestas se volvieron una quimera. Con todo, quisiera aventurarme en el establecimiento de algunas coordenadas que ayuden a abordar la pregunta “¿Dónde Leer?” La primera: Todos los libros no son iguales, ni objetiva ni subjetivamente. Agustín Squella no habita el olimpo literario como sí lo hace León Tolstoi, por lo que “¿Es Usted Feliz? Yo sí, pero…” no está al mismo nivel de “Ana Karénina”, sin...