Echeverria presidente
Nombre del Profesor: Vadillo López Claudio
Nombre de la Materia: México, Capitalismo Contemporáneo
Semestre: Octavo
Turno: Matutino
Nombre del Alumno: Rábago Pacheco Víctor Benjamín
LUIS ECHEVERRIA. EL PREDICADOR.
Momax (Zacatecas), mayo de 1970. El candidato del PRI a la presidencia de la República avanza vertiginosamente haciala ruptura de todos los récords de campaña: 56.150 kilómetros recorridos, centenares de discursos pronunciados y, sobre todo, otorgamiento de promesas, miles de promesas. Como si el voto popular contara para algo, como si el resultado de las elecciones no estuviese decidido de antemano, como si dispusiera de todos los recursos económicos, en cada pequeño pueblo se compromete, igual que ahora enMomax: «Si el voto popular me lleva a la presidencia, abriré aquí, en Momax, una carretera». En otros sitios ha vislumbrado futuros hospitales, tierras, agua, centros turísticos, industrias, escuelas, pavimentación, los mil y un productos de la oferta estatal. Minutos antes de que arribara la comitiva, el famoso actor de películas rancheras. Tony Aguilar, había instruido perentoriamente a loscientos de campesinos acarreados al lugar para que aplaudieran y vitorearan a «nuestro candidato» cuando él, Aguilar, les diera las señales respectivas con su sombrero de charro. «¿Ya me entendieron?», les repetía.
A través de los megáfonos, se escuchaba un corrido compuesto para la ocasión:
¡Que viva, que viva Echeverría,.
Es el grito justiciero de la gente!.
La caravana de autobusesrecorría el intrincado territorio palmo a palmo. Había grandes empresarios, como Carlos Trouyet, líderes obreros como el imprescindible Fidel Velázquez, periodistas, políticos jóvenes y viejos que suspiraban por un puesto en la siguiente administración; pero la presencia más notable era la de maestros universitarios, intelectuales y algunos estudiantes: los agraviados del 68. Echeverría proyectaba unaimagen de inaudita fuerza. Parecía un Üatoani poderoso que disfrutaba inmensamente de su poder. Sin perder un ápice de la gravedad de su investidura, ídolo de bronce, reía a carcajadas y palmeaba en la espalda a sus invitados. A todos los conocía por su nombre, apellido y trayectoria. Ésa había sido una de sus funciones en la Secretaría de Gobernación, donde había empeñado los últimos doce años desu vida a las órdenes de Díaz Ordaz.
En cambio, ellos, sus invitados, no lo conocían de verdad. Nadie lo conocía. Ésa había sido también una de sus funciones. Había entrado a la administración pública en 1946, a los veinticuatro años de edad, en el instante mismo en que Alemán establecía las bases empresariales del sistema, pero pertenecía a la generación siguiente de Alemán. Sin pena ni gloriahabía terminado su carrera de abogado. Sin refinamiento, pasión ni aptitud para la literatura, había intentado fugazmente el camino intelectual y periodístico. Su mayor aventura había sido un viaje de estudios por Chile y Argentina con su amigo José López Portillo. Esa experiencia y la frecuentación de don Isidro Fabela habían abierto en él algunas ventanas almundo, que aprovechó para escribir una tesis sobre la Sociedad de Naciones. Su horizonte ideológico era el México cardenista: hosco, orgulloso, socializante, nacionalista. De joven había sido miembro de la Universidad Obrera de Lombardo. Admiraba con fervor a los muralistas (en casa de Diego y Frida conoció a Esther Zuño, la hija del poderoso cacique de Jalisco, con la que contrajo matrimonio siendotodavía estudiante de leyes). Vivía en un museo de figuras revolucionarias, pero en un museo viviente. Echeverría proyectaba una imagen de inaudita fuerza. Parecía un Üatoani poderoso que disfrutaba inmensamente de su poder.
Desde un principio, Echeverría se propuso introducir un cambio radical en el rumbo histórico del país. Nuevo Cárdenas, volvería a los orígenes nacionalistas, campesinos,...
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