ECONOMIA
A fines de los años sesenta, Edwin Locke propuso que la intención de alcanzar una meta es una fuente básica de motivación en el trabajo. Es decir, las metas le indican a un
empleado lo que es necesario hacer y cuánto esfuerzo será necesario desarrollar. La
evidencia apoya fuertemente el valor de las metas. Para enfatizarlo mejor, podemos decir
que las metas específicas mejoran el desempeño; que las metas difíciles, cuando se
aceptan, dan como resultado un mayor desempeño que las metas fáciles; y que la retroalimentación conduce a un mayor desempeño que la no retroalimentación.
Las metas difíciles específicas permiten alcanzar un mayor nivel de producción que la meta general de “hágalo lo mejor posible”. Lo específico de la misma meta actúa como
estímulo interno.
Si se mantienen constantes factores como la habilidad y la aceptación de los objetivos, también podemos decir que mientras más difícil sea la meta, mayor será el nivel
de desempeño. Sin embargo, es lógico suponer que los objetivos más fáciles tienen más
probabilidades de ser aceptados. Pero una vez que un empleado acepta una tarea ardua, pondrá un alto nivel de esfuerzo hasta que la logre, la disminuya o la abandone.
La gente se desempeña mejor cuando es retroalimentada respecto de lo bien que
progresa hacia sus objetivos, porque la retroalimentación ayuda a identificar las
discrepancias entre lo que ha hecho y lo que desea hacer; es decir, la retroalimentación actúa como guía del comportamiento. Pero no toda la retroalimentación tiene el mismo
poder. Se ha demostrado que la retroalimentación autogenerada —cuando el empleado
es capaz de controlar su propio progreso— es un motivador más poderoso que la retroalimentación generada externamente.
Si los empleados tienen oportunidad de participar en la fijación de sus propias ...
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