Economia
Cuando Helena vino por primera vez a mi taller de narrativa —con un traje sastre de seda rústica color gris—, me produjo una impresión muy pobre. Gorda, tímida, con una mirada huidiza y un tono de voz excesivamente bajo, expresó su deseo de aprender a escribir cuentos, aunque creía no tener condiciones y no sabía sicontinuaría luego del primer mes. Era una prueba que, desde niña, había anhelado realizar.
Llegaba puntual —cada día con un vestido diferente, sobrio y de diseño exclusivo—, se sentaba en el lugar más apartado, escuchaba sin participar mientras tomaba apuntes en su cuaderno con la mirada fija en él y se retiraba sola, sin conversar con nadie. Pasaron más de tres meses hasta que me entregó su primertrabajo.
—Por favor, no lo lea en clase. Es malo. Me da vergüenza—, dijo con la mirada baja mientras el rubor invadía sus mejillas. Adiviné, más que oí, el susurro de sus palabras, tapado por el incontenible torrente oral vertido al mismo tiempo por el resto de mis alumnos.
Antes de acostarme, comencé a leer el relato de Helena sin ganas y presintiendo su mala calidad. A medida que me introducíaen él, la sorpresa me iba ganando. Sentí vivos a los protagonistas, estaban allí, los oía murmurar, sus emociones y las mías se mezclaban, la tensión del momento me hacía apurar la lectura, la letra se volvía borrosa con la turbidez de las lágrimas; y el final inesperado explotó en una culminación dramática incontenible.
Poco a poco —casi sin quererlo—, fui volviendo a la realidad. Un escalofríome recorrió el cuerpo. Tenía frente a mí una obra maestra, un cuento sintético, redondo, con un opus coronat digno de un escritor de oficio. Entonces comprendí que yo era uno de los pocos privilegiados, si no el único, que empezaba a vislumbrar a la verdadera Helena. Con su máscara pobre y mimética, ella ocultaba el fuego, la pasión bullente en su espíritu y que manifestaba solamente a través desus personajes.
En la siguiente clase opiné sobre el material recibido y, llegado su turno, alcancé a escuchar en un hilo de voz, “después”. Llegué a la costumbre de quedarme a solas con ella, luego de retirarse el resto de mis alumnos, para conversar sobre el material que me iba entregando. Los escasos diez minutos que comencé a dedicarle, se fueron ampliando a medida que crecía mi curiosidad ylograba atravesar su coraza de protección hasta adentrarme en los estratos más profundos de su personalidad tan celosamente guardada. Para descubrir su naturaleza le hablé de cómo todos nos embozamos aparentando aquello que no somos. Puse mi ejemplo: un fracasado — mentí con el fin de ganarme su confianza—, que para sobrevivir con su taller de narrativa debía escudarse tras una máscara de escritorcon oficio y seguro de sí. Al burlarme de mí, logré que ella se riera de su mezquino disfraz. La llevé hasta el botiquín del baño y le mostré el frasco lleno de píldoras tranquilizantes que debía tomar para vencer mis depresiones; de este modo conseguí que hablara de su propia neurosis.
Comprendí entonces que la esencia de su carácter era casi inexistente y crecía de afuera hacia adentro bajo elinflujo de la tradición, las “máscaras del pasado”, la sociedad, la opinión de quien conversara con ella. Su vasta cultura, lo auténtico, se hallaba completamente encubierto. Cuando logré que Helena manifestara su erudición, debí usar mi propia máscara para ocultar mi ignorancia ante los temas profundos que tratábamos en nuestras conversaciones.
Su memoria era asombrosa y podía recitar poemasenteros en castellano, francés e inglés. Sus padres, inteligentes y de una personalidad muy fuerte —a mi entender castradores y con conceptos familiares arcaicos—, habían fallecido diez años atrás en un accidente automovilístico; hija única, no tenía otros familiares y nunca había tenido amigos, novio o amante. Vivía de la renta proporcionada por el alquiler de seis apartamentos heredados. Pasaba...
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