edad prohibida

Páginas: 356 (88806 palabras) Publicado: 1 de abril de 2014
Edad Prohibida
Torcuato Luca de Tena

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Torcuato Luca de Tena 2

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Torcuato Luca de Tena 3

Libro Primero
Barbecho

Wer zeigt ein Kind so wie es steht?
Rilke

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Torcuato Luca de Tena 4

Capítulo primero

Enrique

El lápiz carbón de gruesa punta redondeada,quieto hacía unos instantes, corría ahora de
un extremo al otro del grueso papel, sin rozarlo apenas en unos puntos, hiriéndolo en otros,
como si tuviera vida propia.
—Buen tipo el viejo. ¿No te parece? Tiene cabeza.
Hacía tiempo que Enrique había adquirido la costumbre de dialogar con las cosas para
evitar, de plano, monologar consigo mismo. Enrique odiaba la introspección. Hablaba con sulápiz, con su armónica, con los personajes de sus dibujos. Pero no estaba loco. Estaba solo.
—Buen tipo el viejo. Tiene cabeza...
Enrique admiraba a los hombres que tuvieran eso que él llamaba «una buena cabeza»,
expresión que no intentaba en modo alguno señalar equilibrio mental, profundidad de ideas o
capacidad creadora, sino un amplio cráneo adornado del máximo número de adminículosdesmesurados: nariz potente, mandíbula en vanguardia, cejas erizadas. Y barba. Barba hirsuta,
flamígera, despeinada.
Su colección de dibujos estaba poblada por mendigos, profetas y revolucionarios.
Cabezas deformes, cabezas audaces. Por excepción, cuando alguna sobresalía por su
temperamento, Enrique se complacía en añadirle un cuerpo, generalmente ridículo o en
posturas infamantes y arbitrarias.Aquella cabeza, que hubiera podido pasar a ser la del Cid
Campeador o la de Carlomagno, acababa siendo la de un mendigo rodeado de perros
ladradores y golfillos burlones armados de piedras. Moisés aparecía en traje de baño jugando
en la playa con jovencitas en bikini, y Einstein aprendiendo la tabla de multiplicar.
—¡Pobre tonto! Te creías alguien, ¿eh? Y mira lo que eres...
Otras veces era elpropio Enrique quien se sorprendía tras Ia labor destructora de su
lápiz carbón.
—Lo siento, señor, yo mismo había creído que era usted un tipo imponente. Lo siento.
Es usted un pobre diablo.
Guardó Enrique el carbón, el difumino y los lápices menores... «Mañana seguiré
contigo —le dijo—. Ahora ya casi no hay luz.» Después sacó la armónica de su estuche, se
acercó al ventanuco, se puso depuntillas, agarró fuertemente con las manos en alto el borde
del hueco, hizo una flexión de brazos y ágilmente se encaramó hasta él.
La pared maestra de la celda tenía metro y medio de espesor y era toda de piedra. En el
centro, a media altura, estaba la reja: seis barrotes de hierro, verticales, precedidos de un nicho
semejante al que tenían las aspilleras de las fortalezas antiguas.
En aquelespacio, en cuclillas o sentado a la usanza mora, pues de pie no cabía, y
echado a lo largo tampoco, Enrique se instalaba todos los atardeceres. Entonces también lo
hizo. Estuvo unos minutos —dos, tres, cinco— mirando hacia fuera. Después tomó la
armónica en las manos, le limpió la rejilla metálica frotándola contra el pecho y la dejó
deslizar por los labios, improvisando una nueva melodía.Ante su celda, rozando las rejas, volaban, persiguiendo insectos, las golondrinas. El
atardecer era glorioso. Sobre la España amarilla, ¡qué bien hacen los sotos aislados, pequeños
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oasis verdes de álamos blancos y chopos! Junto a ellos hay siempre un breve deslizar de agua
y unas mujeres —corvas al aire— lavando ropa. Fuera delsoto, el campo amarillo, recién
segado. Amarilla la tierra, amarillas las eras, amarillas las parvas, amarillo el polvo —gotas
de oro— de las aventadoras. Por la carretera lejana zumbaban los automóviles.
Así, en cuclillas, mirando al campo o a las nubes violetas del crepúsculo, Enrique había
iniciado la composición de cien melodías. Pero rara vez concluía alguna. El desaliento le
invadía con...
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