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EL CORSARIO NEGRO
El mar Caribe, en plena tormenta, mugía furioso, lanzando verdaderas montañas de agua contra los muelles de
Puerto Limón y las playas de Nicaragua y de Costa Rica.
Aún no se había puesto el sol, pero las tinieblas comenzaban a invadir la tierra como si estuvieran impacientes por presenciar la lucha encarnizada de los elementos.
El astro del día, rojo como undisco de cobre, sólo proyectaba rayos pálidos a través de los jirones de las densísimas
nubes que de cuando en cuando lo velaban por completo.
No llovía, pero las cataratas del cielo no debían de tardar en abrirse, y ese era el motivo por el cual casi todos los
habitantes se habían apresurado a abandonar la ciudadela
los muelles del pequeño puerto buscando un refugio en sus
moradas.
Tan soloalgunos pescadores y algunos soldados de la
pequeña guarnición españolas habían atrevido a permanecer en la playa, desafiando con obstinación la creciente
furia del mar y las trombas de agua que el viento abatía
sobre la tierra.
Un motivo, sin duda muy grave, los obligaba a estar al
acecho. Hacía algunas horas que había sido señalada una
nave en la línea del horizonte, y por la dirección desu velamen parecía buscar un refugio en la pequeña bahía.
En otra ocasión, nadie habría reparado en la presencia
de un velero, pero en 1680 -época en que comienza nuestra historia- el caso era muy distinto.
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Cualquiera nave que viniese de alta mar producía una
viva emoción en las poblaciones españolas de las colonias
del golfo de México, ya del Yucatán o de Guatemala, Honduras,Nicaragua, Costa Rica, Panamá o de las grandes
islas antillanas.
El temor de ver aparecer la vanguardia de alguna flota
de filibusteros, los audacísimos piratas de las Tortugas,
sembraba el desconsuelo entre aquellas industriosas poblaciones.
Bastaba que se notara algo sospechoso en
las maniobras de las naves que arribaban para que las
mujeres y los niños corrieran a encerrarse en sus casas y
loshombres se armaran precipitadamente.
Si la bandera era española, la saludaban con estrepitosos “vivas”, celebrando el raro caso de haber esquivado los
cruceros de los corsarios; si era de otra nación el terror
invadía colonias y soldados, y hacía palidecer hasta a los
oficiales, ennegrecidos, sin embargo, por el humo de las
batallas.
Los desmanes y saqueos llevados a cabo por Pedro ElGrande, Brazo de Hierro, John Davis Montbar, el Corsario
Negro y sus hermanos el Rojo y el Verde y el Olonés,
habían sembrado el pánico en todas las colonias del golfo;
tanto más cuanto en aquella época se creía de buena fe
que los piratas eran de estirpe infernal y, por lo tanto, invencibles.
Viendo aparecer aquella nave, los pocos habitantes que
se habían detenido en la playa a contemplar lafuria del
mar, habían renunciado a volver a sus casas, no sabiendo
aún si tenían que habérselas con algún velero español o
con algún osado filibustero en crucero por la costa en espera de los famosos galeones cargados de oro.
Viva inquietud se reflejaba en los rostros de todos, tanto
pescadores como soldados.
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-¡Nuestra Señora del Pilar nos proteja!- decía un viejo
marinero, moreno comoun mestizo y asaz barbudo-; pero
os digo, amigos, que esa nave que viene no es de las
nuestras. ¿Quién se atrevería con semejante tormenta a
empeñar tal lucha a tanta distancia del puerto, si no fuese
tripulada por los hijos del diablo, esos bandidos de las Tortugas?
-¿Estáis seguros de que se dirige hacia aquí?
-Cuando no se puede defender una fortaleza, se abandona -repuso el gigante -.Señor vasco, si queréis detener
el paso a los corsarios, podéis hacerlo.
Dicho esto, el marinero giró sobre sus talones y se fue.
Los pescadores que se hallaban en la playa parecían inclinados a seguir su ejemplo, cuando un hombre ya de alguna edad, que hasta entonces había permanecido silencioso, los detuvo con un gesto.
Tenía en la mano un catalejo con el cual había estado
explorando el...
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