Edgar Allan Poe
Cuento con moraleja
Por Edgar Allan Poe
"Cuentos de Humor y Sátira"
Traducción: Raquel Albornoz
Edgar Allan Poe, Claridad, 2004
"Con tal que las costumbres de un autor sean puras y castas -dice don Tomás de las Torres en el prefacio de sus Poemas amatorios- importa muy poco que no sean igualmente severas sus obras." Presumimos que don Tomás está ahoraen el Purgatorio por dicha afirmación. Sería conveniente tenerlo allí, desde el punto de vista de la justicia poética, hasta que sus Poemas amatorios se agotaran o quedaran eternamente en los estantes por falta de lectores. Toda obra de ficción debería tener una moraleja, más aún, los críticos han descubierto que toda ficción la tiene. Tiempo atrás, Philip Melancthon escribió un comentario de laBatracomiomaquia, y demostró que el objetivo del poeta era estimular el desagrado por la sedición. Pierre La Seine fue un paso más allá, y mostró que la intención era recomendar a los jóvenes temperancia en la comida y la bebida. Por su parte, Jacobus Hugo se convenció de que en Euenis, Homero insinuaba a Calvino, que Antonio era Martín Lutero, que los lotófagos eran los protestantes en general, ylas arpías, los holandeses. Nuestros escoliastas, más modernos, son igualmente agudos. Estos individuos encuentran un sentido oculto en Los antediluvianos, de una parábola en Powhatan, de nueve ideas en Arrorró mi niño y del trascendentalismo en Pulgarcito. En resumidas cuentas, se ha demostrado que nadie puede sentarse a escribir sin contar con un profundo designio. Así, los autores se ahorranmuchos problemas. Un novelista, por ejemplo, no tiene que preocuparse por la moraleja pues está allí -es decir, en alguna parte de su obra-, y tanto ella como los críticos pueden arreglárselas solos. Cuando llegue el momento adecuado, todo lo que el caballero quería decir, y todo lo que no quería, saldrá a la luz en el Dial o en el Down-Easter, juntamente con todo lo que debería haber querido deciry aquello que claramente intentó decir, de modo que al final todo saldrá muy bien.
Por lo tanto, no hay motivo para la acusación que ciertos ignorantes me han hecho: que jamás escribí un cuento moral, o más precisamente un cuento con moraleja. No son ellos los críticos predestinados a hacerme salir a la luz y a desarrollar mis moralejas, ése es el secreto. Tarde o temprano el North AmericanQuarterly Humdrum los hará avergonzar de su estupidez. Entretanto, para aplazar el ajusticiamiento y mitigar las acusaciones contra mí, ofrezco el siguiente y penoso relato, una historia cuya moraleja no puede ser cuestionada en absoluto ya que uno puede leerla en las letras mayúsculas que forman el título del cuento.
Debería reconocerme un mérito por usar este recurso, mucho más sensato que el de LaFontaine y otros, que reservan hasta último momento la impresión que desean transmitir y la incluyen al final de sus fábulas.
Defuncti injuria en officiantur, decía una ley de la doce tablas, y De mortuis nil nisi bonum es un excelente mandamiento, aun si los muertos en cuestión no valen nada. Por lo tanto, no es mi intención vituperar a mi difunto amigo Toby Dammit. Era un pobre peno, en verdad,y tuvo una muerte de perros, pero no hay que echarle en cara sus vicios. Estos se debían a un defecto personal de su madre. Esa mujer que se esforzó lo más posible en cuanto a proporcionarle azotes cuando Toby era pequeño pues, para su ordenada mente, los deberes eran siempre placeres, y los bebés, al igual que la carne dura o los olivos griegos, mejoran si uno los golpea. ¡Pero pobre mujer!Tenía la desgracia de ser zurda, y es preferible no azotar a un niño antes que azotarlo con la mano izquierda. El mundo gira de derecha a izquierda. No sirve azotar a un bebé de izquierda a derecha. Si cada golpe asestado en la dirección adecuada extirpa una propensión al mal, de ahí se desprende que cada golpe en sentido contrario profundiza aún más la maldad. Yo solía estar presente cuando...
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