El último helado (por jaime bayly)
No estuve a su lado aquellos días en Paracas. En mayo de este año tampoco loacompañé ni lo saludé a la distancia. Ya entonces estaba minado por la quimioterapia.
Hace un mes o poco más, informado por mi madre de que su salud se hallaba gravemente deteriorada, fui a visitarlo a laclínica. Me costó trabajo golpear la puerta y entrar en su cuarto después de tanto tiempo sin vernos.
Sentí, sin embargo, que era mi deber, que en la hora final lo que correspondía era tener ungesto de afecto con él y deponer las hostilidades del pasado. No por culpa de nadie, o por culpa mía en todo caso, la nuestra había sido, desde mis primeros recuerdos, una relación trabada pordesencuentros, malentendidos y orgullos excesivos, y viciada por la
expectativa de que el otro debía ser uno distinto del que era naturalmente.
Aquel encuentro fue cordial (le di un beso en la frente alentrar y otro antes de irme) y mi padre fue amable y generoso conmigo, pero en algún momento, cuando mi madre habló de la televisión, él expresó ciertos reparos, muy a su manera, sobre mi programa, ydijo que no lo veía o que prefería no verlo (aunque mi madre lo desmintió enseguida), y yo escribí luego una crónica recreando esa visita cargada de emoción, en la que no pude omitir el momento en queél tomó distancia de ciertas cosas que yo había hecho en televisión. Aunque la crónica era sentida y afectuosa y terminaba rememorando un viaje que hicimos juntos cantando rancheras en su auto...
Regístrate para leer el documento completo.