El alter ego

El Alter Ego
Cuando me miraba al espejo veía el rostro de una persona y el alma de otra muy distinta. Costaba verlo, pero sobre mis ojos se cernía un nubarrón negro, de una violencia incomprensible que esperaba su momento para escapar de la prisión en la que estaba encerrado. Alguna vez ya lo había hecho, pero afortunadamente había sido detenido a tiempo. Aunque la cordura, por desgracia,estaba ya cansada de actuar. Estaba agotada, y su fuerza se apagaba acompañada con lágrimas de derrota. Cada vez que observaba mi figura en el espejo pensaba: “Quizás… la próxima vez ya no te reconozcas. Quizás el demonio ya se haya apoderado de ti por completo”.
Llamaron a la puerta antes de medianoche.
La oscuridad que me sumergía en ese momento hizo que el miedo apareciera rápidamente,susurrándome que no me moviera del sillón. Sin embargo, una curiosidad de la cual no me podía liberar me obligó a levantarme y avanzar hacia la puerta, situada al final del pasillo. No veía absolutamente nada, pero conocía perfectamente la ubicación de todos los objetos de mi casa, de cada puerta, cada ventana y cada rincón. Al fin pude encontrar el interruptor y dotar de una débil luz el recibidor en el queya me encontraba. Los golpes a la puerta seguían su macabro compás; eran perturbadores, locos, y parecían formar parte de la banda sonora de la muerte.
Di unos pasos atrás, asustada; y el espejo del recibidor volvió a recordarme quien era yo, o mejor dicho, quiénes éramos. Giré enseguida la cabeza para evitar acordarme otra vez de aquél monstruo que compartía mi misma piel. Me aterraba observarmi reflejo, porque veía el infierno en persona si miraba de nuevo en el interior de mis ojos.
Los golpes cesaron. Enseguida volví a fijar mi mirada en la puerta y, muy despacio, avancé hacia ella. No se oía nada. ¿Tal vez sería alguien que se había equivocado? ¿O alguien que habría decidido marcharse al pensar que no había nadie en casa? Mis manos se depositaron sobre la fría madera de lapuerta, al mismo tiempo que apoyé en ella mi oído para intentar escuchar algo. Absolutamente nada.
Cuando ya me disponía a dar media vuelta y volver al salón, oí como alguien estaba rascando la puerta. Al principio se oían unas uñas acariciando la madera, pero el sonido se hizo cada vez más intenso, y se podía notar una rabia creciente en quien quiera que fuese el que había al otro lado. Incluso penséque a este paso lograrían traspasar la puerta. Me sentí amenazada, un objeto de presa atrapado en su propia casa y en su propio miedo. Ya ni siquiera recuerdo bien cómo me sentí; sólo que fue a partir de ese momento cuando empecé a perder la cabeza.
Cerré los ojos con fuerza, deseando que todo terminara de una vez, y que no fuera demasiado tarde para dejar escapar todos mis demonios. Sin embargo,hacía mucho rato que lo era. Pero cuando creía que ya no podría contener más la angustia y el pánico, el silencio reinó de nuevo en el habitáculo.
“La curiosidad mató al gato”, ya había escuchado esa frase un centenar de veces en boca de gente que ni si quiera piensa lo que dice. Pero esta vez no habría podido ser más acertado. Así que olvidé la idea de alejarme de aquella puerta y me decidí aechar un vistazo por la mirilla. Y, aunque sin orejas, cola y bigote, en ese momento yo era un gato a punto de morir, armado de valor dispuesto a averiguar qué era lo que había al otro lado.
Y la vi. A ella, a mí.
El terror se apoderó de mi corazón, me estremecí como nunca antes lo había hecho, y empezó a subirme por todo el cuerpo un calor que presagiaba algo horrible. Ella. Era ella, era yo.En el rellano, una figura con mi mismo cuerpo abría la boca como si gritara a pleno pulmón, pero sin emitir un solo sonido; miraba con los ojos de un asesino que sabe que pronto tendrá hecho su trabajo. Seguramente había estudiado con delicadeza la mejor manera de acabar conmigo con el máximo sufrimiento posible. Me odiaba igual o incluso más que yo a ella.
Otra vez esa horrible faz, esa...