el amor de su vida
Apenas una semana antes, mientras rumiaba con fastidio la idea de que me habían puesto en este mundo sólo para lavar los platos, decidí que ya era hora de terminar conmis quejas improductivas. Comprendí que me amargaba la vida por pequeñeces, y que algunos de mis amigos de pronto afrontaban problemas realmente serios: un diagnóstico de cáncer, el divorcio, la pérdida del trabajo. ¿Acaso yo no debía celebrar mi relativa buena suerte?
Había oído hablar de los beneficios emocionales de tener una actitud de gratitud; lo que no me quedaba tan claro era cómo pasardel descontento a la placidez. Deseoso de obtener algunos consejos, me puse en contacto con Robert A. Emmons, profesor de la Universidad de California, en Davis, y pionero en la investigación sobre los beneficios del pensamiento positivo. Emmons citó nuevos estudios que aseguran que incluso fingir el agradecimiento aumenta nuestra producción de serotonina y dopamina, sustancias asociadas con elplacer y la satisfacción. “Viva como si sintiera gratitud –me dijo–, y aflorará en usted el sentimiento real”.
Me aconsejó anotar, durante una semana o un mes, todas las cosas por las que siento gratitud. Un importante estudio reveló que las personas que registraban sus motivos para estar agradecidas se sentían un 25 por ciento más felices después de 10 semanas que las que no lo hacían. Inclusomejoró su actitud respecto de su trabajo, y hacían ejercicio una hora y media más por semana.
Emmons me había convencido, pero mi primer intento por hacer una lista de motivos de gratitud resultó muy pobre: “1. Café. 2. Siestas. 3. La cafeína en general”. A medida que crecía mi lista, me sentí más animado: “114. Arándanos azules recién recolectados. 115. El Álbum Blanco de los Beatles. 116. Queyo no sea pelado”.
Al tercer día, la lista ya era enorme. Como si acabara de ganarme un Oscar, les daba las gracias a los que embolsan la compra en el supermercado y a los padres que llevan a sus hijos al parque, y pegaba notitas en la heladera para acordarme de todas las personas a las que tenía que agradecer al día siguiente: la maestra de jardín de mi hijo, el cartero y muchas más. Sinembargo, ser tan exhaustivo empezó a cansarme. Los expertos llaman a esto “el efecto de juramento a la bandera”. “Si uno exagera la gratitud, pierde su sentido, o, peor aún, se convierte en una tarea”, me dijo Martin E. P. Seligman, autor del libro La auténtica felicidad, cuando le mencioné mi agotamiento repentino. Y me dio un consejo: “Sea selectivo, y concéntrese en agradecer a esos héroes de suvida a los que nunca ha reconocido”.
Luego me sugirió hacer una “visita de gratitud”. “Piense en una persona que haya dejado una huella profunda en su vida y a quien nunca le ha dado las gracias debidamente. Escríbale una carta que exprese su agradecimiento en detalle y con palabras concretas; luego vaya a verla y léasela frente a frente”. Y me advirtió: “Será una experiencia muy conmovedora paralos dos. Prepárese para las lágrimas”.
De inmediato recordé a la señorita Riggi, mi maestra de literatura de segundo año de la secundaria. Ella fue la persona que me hizo descubrir a Hemingway, Faulkner y otros gigantes de las letras. También fue la primera que me alentó a escribir. Hasta el día de hoy, sus consejos son mi guía (“Jamás seas aburrido”, es uno de ellos). Pero ¿alguna vez le di...
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