El Amor

Desde su silla de ruedas Aurora escuchaba cómo se iban apagando los ruidos de la calle. A su habitación llegaban las risas de las jóvenes que pasaban corriendo y subían las escaleras del edificio de a lado.
Ella las había visto: eran dos jovencitas escolares que frecuentemente recibían la visita de muchachos bullangueros. Esto le gustaba porque entonces escuchaba sus risas, los diálogos quetenían abajo, en el jardín; también participaba un poco de aquellas fiestas improvisadas que, según ella imaginaba, debían de ser muy divertidas. También escuchaba pasos cansados, conversaciones, gritos, discusiones. Estela, su sirvienta, llegaba temprano a las ocho y sólo abandonaba la casa al anochecer. Mientras estaba allí junto a la enferma, se sentía en la obligación de hablarle, cantar y hacertoda clase de ruidos a fin de que Aurora se sintiese un poco más viva. Pero en realidad, Estela aturdía a su ama- quien se deleitaba en silencio, reviviendo viejos recuerdos. Estos surgían de casualidad y para ello bastaba un ruido, un aroma, una vaga presencia que se asemejaba a aquellas que poblaron su florida juventud.
* * *
Aurora no recordaba la historia con exactitud, al menos no podíacontarla siguiendo un orden cronológico. Las ideas iban saltando, como piezas de rompecabezas y después se unían en su mente, en el tiempo, para dar por resultado aquel todo lleno de amor y esperanza que era su vida. Hoy pensó en aquella noche, tan parecida a esta, en que conoció a Edmundo. Entonces ella era muy joven, apenas si contaba con dieciocho años. Llevaba un ligero abrigo de paño queapenas si la protegía contra un viento demasiado fresco. Joven, toda su ilusión era conocer a un hombre distinto, inteligente que la hiciera vivir en su plenitud cada momento de la vida. Hoy recordaba Aurora que por azar había entrado en la librería Otelo en busca de un libro que pudiese divertirla o entretenerla en los siguientes días que debía pasar en el internado, donde la habían dejado sus padrescon motivo de un breve viaje a Europa. Esta noche Aurora había tenido permiso de salir a casa de su hermano Roberto, donde cenó. Después suplicó a él y a su cuñada que la dejasen regresar sola, pues deseaba caminar un poco. Así lo hizo: y las calles de la ciudad, el encanto de la noche se fueron apoderando de ella, a tal grado que se encontró en la calle a las diez de la noche, hecho insólitopara una muchacha tan joven, sin embargo decidió perder aún unos minutos más y comprar un libro . Al abrir la puerta de la librería dejó escuchar su dulce tintineo una campanita de metal que pendía sobre el umbral. Esto le pareció a la joven un buen augurio, y se quedó mirándola largo, largo tiempo, sin darse cuenta de que con su permanencia obstruía el paso de un cliente, que para no importunarlaen su contemplación, decidió esperar a que reaccionara a sí misma. Pasaron algunos segundos hasta que ella se percató del hecho. Sin decir nada, sin pedir disculpas, sonrió levemente al hombre- cuyo rostro no miró- y continuó su camino. Aquel fortuito conocido era Edmundo y aquella campanita anunciaba el principio de una vida que ella ni siquiera imaginaba en esos momentos. Distraídamente seencaminó al fichero y buscó un título que pudiese atraerla. Eligió al azar y lo pidió al encargado que dormitaba en un extremo del salón. Ella hizo varios intentos, pero el hombre-fatigado ya por el trabajo del día- no despertaba nunca. Este nuevo y singular hecho causó la hilaridad de la joven que de pronto volvió la cabeza a la puerta, encontrando sus ojos con los de Edmundo, que seguía allí, testigomudo de los hechos. Ambos rieron. El caminó unos metros, buscó en los estantes el libro que ella quería, consultó el precio, dejó una moneda sobre el mostrador y puso en las manos de la joven- que lo miraba entre atónita y divertida- el libro- aquel primer regalo.
-No, no podemos hacer eso- dijo Aurora. El señor- refiriéndose al dependiente- se va a llevar un susto terrible cuando vea que...