EL ARMARIO

Páginas: 13 (3177 palabras) Publicado: 25 de agosto de 2015
EL ARMARIO
THOMAS MANN
Estaba nublado, hacía frío y todo quedaba en una semioscuridad, cuando el expreso Berlín-Roma penetró en una de las estaciones intermedias de su ruta. En un compartimiento de primera clase, con cubiertas de pasamanería sobre la tapicería de felpa, Albrecht van der Qualen, viajero solitario, se despertó, incorporándose. Sentía la boca seca y en el cuerpo la no demasiadoagradable sensación producida cuando el tren se detiene después de un largo viaje y nos damos cuenta del cese de un movimiento rítmico, tomando conciencia de las llamadas y señales del exterior. Es como volver en sí después de una borrachera o del letargo. Nuestros nervios, de pronto privados del ritmo protector, se sienten perdidos y desamparados. Pero aun es peor si acabamos de despertar del pesadosueño en el que se cae durante los viajes en ferrocarril.
Albrecht van der Qualen se desperezó un poco, se acercó a la ventanilla y bajó el cristal. Miró a lo largo de los vagones. Algunos hombres estaban ocupados en el furgón de correos, descargando y cargando paquetes. La máquina emitía una serie de sonidos, resoplaba y rugía un poco, esperando quieta, pero sólo como lo hace un caballo, quealza los cascos, mueve las orejas y aguarda impaciente la señal de partida. Una mujer alta y robusta, con un largo impermeable, de cara inexpresiva pero preocupada, recorría el tren llevando una maleta de unos cuarenta kilos, la empujaba frente a ella con una rodilla. No decía nada, pero se le notaba acalorada y angustiada. Su labio superior estaba tenso y bañado en pequeñas gotas de sudor. Era, enconjunto, una figura patética.
«Pobrecilla —pensó Van der Qualen—, si pudiese ayudarte, aliviarte, hacerte subir..., sólo para la tranquilidad de ese labio superior. Pero a cada quién lo suyo. Así están dispuestas las cosas de la vida; yo me quedo aquí, perfectamente despreocupado, mirándote como miraría a un escarabajo panza arriba.»
El cobertizo de la estación estaba casi sumido en la oscuridad.Madrugada o anochecer..., no lo sabía. Había dormido. ¿Quién podía decir si habían sido dos, cinco o doce horas? En alguna ocasión había dormido durante veinticuatro o quizá más, de un tirón, con un sueño extraordinariamente profundo.
Llevaba un grueso abrigo corto con cuello de terciopelo. Por su complexión era difícil decir su edad: se podía dudar entre los veinticinco y el final de los treinta.Su piel era amarillenta, pero los ojos eran negros como ascuas y estaban rodeados de profundas sombras oscuras. Aquellos ojos no presagiaban nada bueno. Varios doctores, hablando francamente, de hombre a hombre, le habían dado pocos meses de vida. Su cabello negro estaba lisamente partido a un lado.
En Berlín —aunque Berlín no había sido el principio de su viaje—, había subido al tren cuando ésteempezaba a moverse, llevando como por casualidad un maletín de piel rojiza. Se había dormido y ahora, al despertar, se encontraba tan completamente desligado del tiempo que le invadió una sensación de alivio. Se regocijó con la idea de que al final de la fina cadena que llevaba alrededor del cuello, había únicamente una pequeña medalla metida en el bolsillo superior de su chaqueta. No le gustabaenterarse de la hora o del día de la semana, y lo que es más, no tenía tratos con el calendario. Hacía algún tiempo que había perdido la costumbre de saber el día del mes y hasta el mes del año. «Todo tenía que estar en el aire...», pensó y la frase, aunque bastante vaga, era comprensible. Este programa nunca o muy raramente, había sido alterado, pues se tomaba el trabajo de mantener todoconocimiento molesto a distancia. Después de todo, ¿no era suficiente con saber más o menos la estación del año?

«Debemos estar más o menos en otoño —pensó, mirando el húmedo y sombrío tren—. Es lo único que sé. Ni tan sólo sé dónde estoy.»
Su satisfacción ante este pensamiento, le hizo estremecerse de placer. No, ¡no sabía dónde estaba! ¿En Alemania? Con seguridad. ¿En el norte de Alemania? Habría que...
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