El arte de besar
De hecho, ya me había hecho la última prueba del vestido. Había elegido a mis
damas de honor, escogido el ramo de flores y reservado el cátering. Mis invitaciones ya
estaban listas y se las había mandado a todos mis invitados. Habíamos contratado una
orquesta. Hasta habíamos hablado de cómo llamaríamos a nuestros hijos cuando los
tuviéramos en unfuturo. Había llenado páginas y páginas enteras con garabatos: Sr. y
Sra. Brett Landstrom. Brett y Emma Landstrom. Brett Landstrom y su esposa, Emma
Sullivan-Landstrom. Los Landstrom. Incluso podía imaginarme el futuro que
tendríamos juntos.
Y, de repente, un día, todo se vino abajo.
Era una bochornosa tarde de martes del mes de abril, y yo había salido de
trabajar a las tres, por lo quepude preparar una cena especial para Brett para celebrar
el primer aniversario de nuestra vida en común. Limpié la mesa que teníamos en el
patio, compré flores frescas e hice su plato favorito (pollo a la plancha relleno de
alcachofas, tomates secos y queso de cabra, acompañado de pasta de cabello de ángel
con salsa marinera). Perfecto, pensé mientras servía Chianti en las copas.
—Tienebuena pinta —dijo Brett, según cruzaba las puertas correderas de cristal
que daban al patio a las seis en punto de la tarde. Una vez fuera, se aflojó la corbata y
se desabrochó el primer botón de la camisa, lo que, sin ninguna duda, le hizo parecer
aún más sexi de lo habitual, con un aspecto informal. El que me resultara igual de
atractivo que la primera vez que lo vi, me hizo pensar queera una buena señal.
Esperaba que ese pensamiento fuera mutuo.
Le sonreí.
—Feliz aniversario —dije.
Brett parecía desconcertado.
—¿Aniversario? —Se pasó la mano entre su oscura y ondulada cabellera—.
¿Aniversario de qué?
Mi sonrisa se desvaneció un poco.
—De que vivimos juntos —respondí. —Ah. —Tragó saliva—. Bueno, feliz aniversario a ti también. —Dejó caer su
metro ochenta sobre lasilla más cercana a la puerta corredera de cristal y le dio un
trago a la copa de vino. Lo paladeó durante unos segundos, asintió con la cabeza
dando su aprobación y dejó que recorriera su garganta.
Sonreí, sentada frente a él, y le pasé la fuente con la ensalada, que estaba repleta
de lechuga troceada, aceitunas, pimientos, tomates, limón recién exprimido y queso
feta. Antes de servirseun poco en su plato, olió el contenido del recipiente
aprobándolo.
—Ensalada griega —señaló él, entrecerrando sus ojos de color avellana.
—Sí —contesté, devolviéndole una sonrisa—. Tu favorita.
Estaba convencida de que se me darían mejor todas estas cosas (cocinar, limpiar
y, básicamente, ser una diosa doméstica) una vez que estuviéramos casados. La madre
de Brett (quien, como podéisimaginaros, no trabajaba fuera de casa, sino que se
dedicaba únicamente a cocinar y a cuidar del hogar) ya me había recordado varias
veces, con una sonrisa forzada en su rostro, que su hijo estaba acostumbrado a
encontrarse la cena preparada encima de la mesa cuando volvía del trabajo y la casa
limpia y ordenada, prácticamente impecable. Sabía que el mensaje subliminal que
subyacía de esterecordatorio era que yo no estaba a la altura.
Por lo visto, se suponía que tenía que ser tanto un ama de casa como una
cocinera perfecta y compaginarlo, a la vez, con mi trabajo a jornada completa.
—Entonces —me aventuré a decir tras unos minutos de un silencio tenso que se
había instalado entre los dos. Brett había empezado ya a comer y estaba haciendo
ruidos de «mmm» mientrasmasticaba. Vacilé por un momento—. ¿Has podido echarle
un vistazo a tu lista de invitados?
Lo único que necesitaba de Brett era que me facilitase una lista con los nombres
y las direcciones de los familiares a los que quería invitar y ya se lo había pedido
cuatro veces. Sabía que odiaba planificar las cosas y que consideraba todos los
preparativos de nuestra boda una cruz, pero teniendo en...
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