el barroco en la españa central

Barroco en Madrid y en Castilla y León

Bien podría haber sido Madrid una ciudad plenamente barroca. El periodo en que la Villa y Corte tuvo que afanarse para hacer dignamente el papel de capital que le había tocado coincide con el tiempo en que en Europa se gestan las grandes ideas barrocas sobre urbanismo. Sin embargo, este impulso renovador no llegaría al país hasta el siglo XVIII,propiciado por la nueva dinastía borbónica. Aun así, hubo tiempo para crear la ilusión de lo que pudo haber sido. El Palacio Real o el Paseo del Prado son brillantes espejos de la “quimera” barroca, pequeños mundos aparte. En el caso del palacio, su ubicación en el margen de la vieja ciudad, con el verdor de la Casa de Campo como telón de fondo, exalta su estilismo templado y elegante, realzado por lapiedra blanca con que se construyó, sin usar madera, para que no corriese la misma suerte que su antecesor, el Alcázar de los Austrias, que se quemó, fortuitamente o no, en las Navidades de 1734. El encargo del nuevo palacio lo hizo Felipe V al italiano Juvarra, cuyo ambicioso proyecto, que se situaría en los altos de Leganitos, no llegó a realizarse por la muerte del arquitecto. Le sucedió otroitaliano, Sachetti, a quien se debe la obra tal y como la conocemos hoy, en la que supo mezclar sabiamente influencias italianas, francesas y centroeuropeas. De ahí su contenido encanto, que quizás no hubiese sido tal si toda su fachada se hubiese visto rematada por tantas estatuas regias, que, felizmente, debido al exceso de peso, tuvieron que buscar acomodo en la Plaza de Oriente, en El Retiro eincluso en el Paseo del Espolón de Burgos.
El Paseo del Prado es todo un arrebato: una calle amplia y ajardinada en la villa de entonces debió ser casi una fantasía. De hecho, en el viejo Madrid de hoy en día lo sigue siendo. Lo que se concibió como Salón de Prado, encargado a José de Hermosilla y a Ventura Rodríguez, cumple con los conceptos barrocos de geometría, amplitud e imbricación deescultura y urbanismo. Las tres fuentes, Cibeles, Apolo y Neptuno, trazadas también por Ventura Rodríguez, forman el eje de un “valle” abierto en plena ciudad para el solazado paseo de personas y carruajes. Su pleno ajardinamiento y urbanización serían ya neoclásicos.
Este empeño por hacer de la vieja villa toda una capital tenía que anunciarse a la entrada, y con rimbombancia. Así, Sabatini transformó,en 1769, la vieja Puerta de Alcalá, inspirándose en los arcos triunfales romanos y dentro de las coordenadas del barroco italiano. Entrada era también el Puente de Toledo que, aún no concluido, fue terminado por Pedro de Ribera en 1718, con su característica ornamentación, pero con “castiza” invocación: San Isidro y Santa María de la cabeza presiden los templetes que se levantan sobre el arcocentral.
Sólo en el siglo XVIII, la decoración de fachadas fue de verdad barroca y se liberó del austero manierismo. Aún así, ambas tendencias cohabitan en edificios como el Cuartel de Guardias de Corps, actual Centro Cultural Conde Duque, obra de Pedro de Ribera, con esa larga y árida fachada que contrasta con la profusión ornamental de la entrada principal. El efecto es aún más acuciante en el RealHospicio, actual Museo Municipal, también obra del activo y entusiasta Pedro de Ribera, en el que la escenografía de la portada principal es puro apogeo barroco, vibrante y recargado, imposible de asimilar en una sola mirada. Y lo mismo sucede en otra de sus obras, la antigua sede del Monte de Piedad, cuya profusa portada se ha conservado insertada en el nuevo edificio de la plaza de lasDescalzas, creando un contraste tan mágico como desolador.
En 1720 había terminado Pedro de Ribera ambos edificios, pero, entretanto este incansable arquitecto asumió proyectos privados, palacios de nobles familias, hoy ocupados por instituciones, en los que se repite el ensalzamiento escultórico de la portada. Tal es el caso del palacio de Miraflores, en la Carrera de San Jerónimo; el de Perales, en...