El Billar A Las 9:30

Páginas: 395 (98510 palabras) Publicado: 12 de octubre de 2012
Heinrich Böll
Billar a las
nueve y media
Título original: Billard am Halb Zehn
Traducción de Margarita Fontseré
© 1959, Heinrich Böll
© 1983, Editorial Seix Barral, S.A., Barcelona.
© 1984, Editorial Origen, S.A. de C.V., México, D.F.
ISBN 968-847-115-1
ISBN 968-62-0097-5 Obra Completa

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1Aquella mañana, por primera vez, Fähmel estuvo des cortés con ella, casi grosero. La telefoneó a eso de las once y media, y ya el timbre de su voz le hizo presentir algo desagradable; no estaba acostumbrada a aquellas modulaciones, y precisamente porque sus palabras se mantenían perfectamente correctas, la asustó el tono de la voz: toda su cortesía quedaba reducida a fórmulas, como si, en lugarde agua, le hubiese ofrecido H2O.
—Por favor —dijo—, ¿quiere buscar en su escritorio la tarjeta encarnada que le di hace cuatro años? Con la mano derecha, Leonore tiró del cajón de su escritorio, empujó a un lado una tableta de chocolate, el paño de lana y el limpia-metales, y sacó la tarjeta encarnada. —Por favor, lea en voz alta lo que dice la tarjeta—. Y ella leyó con voz temblorosa: «Estoyen todo momento a disposición de mi madre, mi padre, mi hija, mi hijo y el señor Schrella; no estoy para-nadie más».
—¿Quiere repetir la última frase, por favor? —y ella repitió—: No estoy para nadie más—. Y además, ¿cómo sabía usted que el número de teléfono que le di era el del hotel Prinz Heinrich? —Leonore no contestó––. Perdone, pero insisto en que se atenga-usted a mis indicaciones aunque se las diera hace cuatro años..., por favor.
Ella no contestó.
—Fue una tontería... —¿Se había olvidado de añadir esta vez «por favor»?
Leonore oyó murmullos, luego una voz que gritaba «taxi, taxi», el silbido del guardia de la circulación, dejó el auricular, puso la tarjeta en el centro del escritorio y se sintió casi aliviada; aquella rudeza, la primera en el transcurso de cuatroaños, resultaba algo así como un gesto cariñoso.
Cuando no podía fijar la atención o estaba cansada del ritmo extremadamente preciso de su trabajo, salía fuera a limpiar la placa de latón: «Dr. Robert Fähmel, Oficina de cálculos estáticos, cerrado por las tardes». Los vapores del ferrocarril, los gases de escape, el polvo de la calle, le daban cada día ocasión de sacar el paño de lana y ellimpiametales del cajón, y a Leonore la encantaba prolongar aquellos minutos de limpieza hasta un cuarto de hora o incluso media hora. Al otro lado de Modestgasse, en el número 8, detrás de las ventanas polvorientas, podía ver las prensas que, incansables, imprimían cosas edificantes sobre papel blanco; las sentía trepidar y creía hallarse transportada a bordo de un buque que navegaba o que está apunto de zarpar. Camiones, aprendices, monjas; vida en la calle, cajas en la puerta de la tienda de verduras: naranjas, tomates, coles. Y en la casa contigua, ante la tienda de Gretz, dos aprendices colgaban, en aquel momento, un jabalí: la sangre oscura goteaba sobre el asfalto. Leonore amaba el bullicio y la suciedad de la calle. Un sentimiento de rebeldía le subía, por momentos, a la cabeza y lahacía pensar en abandonar el empleo; trabajar en cualquier tienda sucia, confinada en un patio interior, donde se vendieran cables eléctricos, especias o cebollas, donde un dueño desaseado, con los tirantes de los pantalones colgando, preocupado por los vencimientos, se permitiría franquezas que, por lo menos, se podrían rehusar; donde habría que sostener una batalla para obtener una hora depermiso para ir al dentista, donde se haría una colecta para el regalo de boda de una compañera, para comprar un cuadrito de bendición del hogar o un libro sobre el amor; donde las bromas groseras de los compañeros le recordarían a una que había permanecido intachable. Vida, y no ese orden inmaculado, ese jefe, impecablemente vestido e impecablemente correcto, pero que a ella le infundía miedo;...
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