el borges
Algunas cosas sobre la vida todavía no estaban del todo bien, sin embargo.Abril, por ejemplo, todavía sacaba de quicios a la gente por no ser primavera. Y fue en ese mes pegajoso que los hombres del Discapacitador General se llevaron a Harrison, el hijo de catorce años deGeorge y Hazel Bergeron.
Fue trágico, cierto, pero George y Hazel no podían pensar mucho en ello. Hazel tenía una inteligencia perfectamente promedio, lo que significaba que no podía pensar en nadasalvo en cortas ráfagas. Y George, mientras que su inteligencia era muy superior a lo normal, tenía una pequeña radio de discapacidad mental en su oreja. Él estaba obligado por ley a llevarla en todomomento. Se ajustaba a una emisora del gobierno. Cada veinte segundos más o menos, el transmisor enviaba un poco de ruido agudo para impedir a la gente como George un aprovechamiento injusto de suscerebros.
George y Hazel estaban viendo la televisión. Había lágrimas en las mejillas de Hazel, pero se había olvidado por el momento a qué se debían esas lágrimas.
En la pantalla de la televisiónhabía bailarinas.
Un timbre sonó en la cabeza de George. Sus pensamientos huyeron en pánico, como bandidos de una alarma antirrobo.
“Eso fue un baile muy bonito, esa danza que acaban de hacer”,dijo Hazel.
“¿Eh?”, dijo George.
“Que el baile fue bueno”, dijo Hazel.
“Sí,” dijo George. Trató de pensar un poco acerca de las bailarinas. No eran realmente muy buenas – no mejores quecualquier otra persona lo habría sido, de todos modos. Estaban cargadas con pesas y bolsas de perdigones, y sus rostros estaban enmascarados, de modo que nadie, viendo un gesto libre y gracioso o una cara...
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