El cadáver ahorcado

 El cadáver ahorcado. Leyenda de la Ciudad de México

Versión de Rolando Diez Laurini



Joao Fernandes era un hombre respetado en el pueblo de Iztapalapan, cumplía con sus tareas y la gente lo tenía en solemne consideración -incluso cierta reverencia, por su imponente semblante, que emulaba a los del Gran Conquistador-. Sin embargo, lavida lo había orillado a cometer una serie de delitos que le habían valido el encarcelamiento.
El Portugués, como lo llamaban sus conocidos, se había convertido en un hombre rudo y de pocos amigos. Alto, fuerte, trigueño, de mirada hosca y complexión robusta, apenas había cumplidos unos cuantos meses de sentencia cuando asesinó, con sus propias manos, al alcalde de la cárcel del pueblo deIztapalapan, crimen al que le correspondía la pena de muerte.
Al Portugués no le gustó nada la idea de verse vilipendiado e inmolado por una turba de bestias rabiosas, así que se quitó la vida con sus propias manos. Aquel acto, por pagano, agravaba su delito ante los ojos de una justicia que se presumía divina.

Poco a poco, el número de los vecinos curiosos que seguían el trayecto de un cadáver,atado a una yunta de bueyes y arrastrado lentamente por el suelo, creció mucho por la extrañeza del suceso. La yunta estaba cortejada por soldados de la Corte.
Era el domingo 7 de marzo de 1649. Frente al palacio del arzobispado, y por diferentes calles de la ciudad, desfiló la sombría comitiva, acompañada por un pregonero que gritaba a viva voz los crímenes cometidos por el Portugués, altiempo que invitaba a la gente a asomarse y contemplar lo que les pasaría si tomaban el mal camino.
Los hombres de Iztapalapan sabían, por experiencia, que después de que la Santa Inquisición torturaba a los reos y estos morían de dolor y de miedo, eran quemados en efigie si estaban ausentes; en caso de no ser así, desenterraban los huesos del occiso para martirizarlos y hacer un ejemplo de aquelloque no debía hacerse.
En la Ciudad de México, la Inquisición se había retirado desde hacía cinco años, así que el hecho se agravaba, aquél cuerpo deformado por la muerte estaba siendo arrastrado por las calles por el orden de la justicia común. Algo que nunca antes se había visto.
Los despojos del Portugués se estremecían entre el polvo y los adoquines, la cabeza inerte golpeaba contra lasrocas y aquellos ojos abiertos, que parecían horriblemente vivos, juzgaban a cada ser vivo que desfilaba ante su paso. El hombre estaba desnudo y su cuerpo de tajos repleto; se veían las huellas del hierro ardiente en su carne corrupta.

Aquella misma mañana, como todos los domingos, muy temprano, los Reos de la Cárcel de la Corte habían acudido a misa, pero el Portugués se había fingido enfermo yobtuvo un permiso especial para no asistir al servicio religioso.
Le habían comunicado que lo ajusticiarían en la Plaza Pública dentro de una semana, pero él no permitiría que aquella “falsa justicia” lo castigase para formar un patrón patibulario con su persona.
Recordó sus manos nudosas apretando el frágil cuello del administrador de la Cárcel; en su memoria resonó el espantoso sonidogutural del hombre al que había asfixiado. Abrió los ojos cuan grandes eran; pensó que, aunque una parte de su ser le había implorado que dejase de apretar la garganta de aquel pobre desgraciado, la otra parte, la que encendía la tormenta en su sangre, lo instaba a estrujar más y más… y así lo hizo, con la furia ciega de lo primitivo, hasta que los ojos del estrangulado se salieron de sus cuencas.Así, con la expresión de un psicópata acorralado, y mientras sus compañeros participaban en la liturgia semanal, Joao Fernandes, el Portugués, se colgó en su celda.
El nuevo alcalde de la Cárcel de la Corte, el Padre Méndez, ordenó a sus esbirros que infligieran heridas sobre el cuerpo del suicida, para que fuese mayor el impacto visual sobre el pueblo cuando lo arrastraran por las calles...