El cafe de los corazones rotos
Y con lo del abrazo se refería al sexo, claro. Pero como ella no habíausado nunca esa palabra así tal cual, no estaba dispuesta a empezar a usarla delante de todo el mundo, mucho menos en la escalinata de la Iglesia Baptista de Chulahatchie el día de mi boda con ChaseHaley.
Aunque resultara irónico, fue la combinación de buenos platos de comida sureña y buenos abrazos lo que hizo que mi padre no pudiera llevarme al altar aquella soleada mañana de junio. Cuatro añosantes, la misma noche de la fiesta de fin de curso, mientras yo degustaba un trocito de la fruta prohibida en la parte trasera del coche de Juice McPherson, mi padre sufrió un infarto en el salón decasa, más concretamente en la alfombra azul trenzada que hizo mi madre.
Mi padre era un hombre grande, alto, corpulento y rollizo gracias a la buena dieta que mi madre le había ofrecido durante años:pollo frito con patatas, galletas, pan de maíz, estofado de alubias con carne de cerdo, gombo frito, tomates verdes fritos y calabacín frito. Mi madre siempre ha sido una mujer menudita, baja ydelgada como un pajarillo, sin apenas carne en los huesos.
Me imagino (y digo «imagino» porque nunca me lo confirmó ni lo haría jamás de los jamases) que le costaría bastante salir de debajo de mi padreaquella noche en cuestión. Y después tendría que ponerle la ropa (todo un reto teniendo en cuenta lo grande que era mi padre), subir las persianas y quitar la sábana con la que solía cubrir la puerta decristal del salón. Entre unas cosas y otras, cuando por fin acabó de adecentarlo y de adecentarse para llamar a urgencias, mi padre se había ido.
Los sanitarios del servicio de urgencias conocían amis padres de toda la vida. Habían aprendido todo lo que había que saber sobre la vida de Jesús en la catequesis dominical que impartía mi madre, y también habían aprendido a lanzar una pelota de...
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