El castigo que cayo del cielo
Materia: Textos I
El castigo que cayó del cielo
-Nahum, mi amigo, estaba allí, tirado en una cama, casi muerto, casi loco. Y entonces, en ese momento me pide que me ocupe de Nabby. A mí, justo a mí... –largó una risita enigmática: -Justo a mí.
Hacía tres horas que Ammi Pierce me describíaaquellos extraños días.
Había llegado al punto en que me relataba su visita, la última a Nahum Gardner, y su voz se volvió inexpresiva, sin matices.
-Subí al altillo y allí, encerrada, estaba Nabby. Irreconocible, un monstruo. Murió delante de mí, se fue desintegrando, frágil, como un arbusto derribado por un viento helado, devorada por... bueno, por eso... Estaba gris, toda gris, deese color aterrador. Lo único que quedaba de ella eran sus ojos negros. Quise agarrarla, pero era como agarrar el aire. Me miró, creo que ya no era de este mundo, pero me miró... y los dos supimos...
-¿Qué supieron?
-Volví junto a Nahum y también lo vi morir. Vi morir a los dos. Fue mi culpa, era mi castigo.
-¿Por qué su culpa, Ammi?
-Y los niños en el pozo, devoradostambién... ¡por mi grandísima culpa! ¡Ay Dios!
-¿Por qué se echa la culpa, Ammi?
-Y a partir de ese momento, viví, para siempre, en el infierno. Y eso que ya pasaron cuarenta y cuatro años.
Había preguntas que Ammi Pierce no respondía. Había cosas que callaba, que escondía. Parecía detenerse justo en el borde del precipicio.
Empezaba a hacer frío. Yo quería irme, irmepara siempre de ese lugar extraño y maldito, sin embargo, algo me retenía en la casa semi derruída de este hombre, el único que sabía el misterio de los días extraños y del marchito erial.
Pero Ammi se guardaba algo y yo quería saberlo. Mostraba una punta, y luego la ocultaba, abría incógnitas que luego no cerraba.
Saqué mi petaca con ron.
-Tómese un trago, Ammi, estáhaciendo frío.
-No gracias, no tomo.
-Un trago no le va a hacer mal.
-No tomo.
Pero cuando yo bebí el primer sorbo, el ruido líquido lo tentó.
-Pásemela.
Bebió un trago largo, más de lo conveniente para alguien que hacía años que no probaba el alcohol. Y el color llegó enseguida a sus mejillas.
-Y a partir de ese momento vivo en el infierno. –retomó.-¡Pero no fue su culpa, Ammi!
El viejo suspiró, su voz había tomado otro color, parecía más animado y también más angustiado:
-Fue mi culpa.
Se quedó un rato largo mirándose las manos, inmóvil. Luego agarró la petaca y bebió otro trago, casi hasta vaciarla.
-Vivíamos felices. Sí, puede decirse que éramos felices. Mi mujer y yo, y mi vecino y amigo Nahum, con Nabbyy los chicos. Los vi nacer a los tres: a Thaddeus, a Zenas, a Merwin. Yo era el padrino de Zenas y mi esposa los adoraba. Nos reuníamos las dos familias, comíamos juntos, íbamos a la iglesia, los domingos, en el carro grande. Hablábamos de siembras, de cosechas, de las plagas, de las ventas.
Lo escuchaba sin interrumpirlo, me parecía que recién ahora comenzaba la verdadera historia queAmmi se había resistido a contar.
-Nabby era una mujer extraordinaria. Trabajadora, siempre alegre. Y hermosa. ¡Ah, qué linda era! Y yo no me daba cuenta de cuánto me gustaba. No me di cuenta hasta el día que la descubrí bañándose en el río. Estaba sola y no me vio. Se había dejado la camisa y se acostó en el agua y se dejó llevar unos metros por la corriente. La camisa se le pegaba ala piel. ¡Dios mío! A partir de ese día no pude dejar de pensar en ella ni un sólo segundo. Me cambió la vida: ya no quería visitar a mi amigo, y me desesperaba por ir. No quería estar cerca de ella, pero me atraía como un imán. Me tendía su mano para saludarme y ese simple contacto me electrizaba. Ya no podía mirarla a los ojos. Empecé a vivir una pesadilla.
La voz de Ammi Pierce...
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