El Centerfielder

Páginas: 8 (1827 palabras) Publicado: 1 de agosto de 2011
El centerfielder
El foco pasó sobre las caras de los presos una y otra vez, hasta que se detuvo en un camastro donde dormía de espaldas un hombre con el torso desnudo, reluciente de sudor.
—Ese es, abrí —dijo el guardia asomándose por entre los barrotes.
Se oyó el ruido de la cerradura herrumbrada resistiéndose a la llave que el carcelero usaba amarrada a la punta de un cable eléctrico, con elque rodeaba su cintura para sostener los pantalones. Después dieron con la culata del garand sobre las tablas del camastro, y el hombre se incorporó, una mano sobre los ojos porque le hería la luz del foco.
—Arriba, te están esperando.
A tientas comenzó a buscar la camisa; se sentía tiritar de frío aunque toda la noche había hecho un calor insoportable, y los reos estaban durmiendo encalzoncillos, o desnudos. La única hendija en la pared estaba muy alta y el aire se quedaba circulando en el techo. Encontró la camisa y en los pies desnudos se metió los zapatos sin cordones.
—Ligerito —dijo el guardia.
—Ya voy, que no ve.
—Y no me bostiqués palabra, ya sabés.
—Ya sé qué.
—Bueno, vos sabrás.
El guardia lo dejó pasar de primero.
—Caminá —le dijo, y le tocó las costillas con el cañóndel rifle. El frío del metal le dio repelos.
Salieron al patio y al fondo, junto a la tapia, las hojas de los almendros brillaban con la luz de la luna. A las doce de la noche estarían degollando las reses en el rastro al otro lado del muro, y el aire traía el olor a sangre y estiércol.
Qué patio más hermoso, para jugar béisbol. Aquí deben armarse partidos entre los presos, o los presos con losguardia francos. La barda será la tapia, unos trescientos cincuenta pies desde el home hasta el centerfield. Un batazo a esas profundidades habría que fildearlo corriendo hacia los almendros, y después de recoger la bola junto al muro el cuadro se vería lejano y la gritería pidiendo el tiro se oiría como apagada, y vería el corredor doblando por segunda cuando de un salto me cogería de una rama ycon una flexión me montaría sobre ella y de pie llegaría hasta la otra al mismo nivel del muro erizado de culos de botellas y poniendo con cuidado las manos primero, pasaría el cuerpo asentando los pies y aunque me hiriera al descolgarme al otro lado caería en el montarascal donde botan la basura, huesos y cachos, latas, pedazos de silletas, trapos, periódicos, animales muertos y después correríaespiándome en los cardos, caería sobre una corriente de agua de talayo pero me levantaría, sonando atrás duras y secas, como sordas, las estampidas de los garands.
—Páreseme allí. ¿A dónde creés vos que vas?
—Ideay, a mear.
—Te estás meando de miedo, cabrón.
Era casi igual la plaza, con los guarumos junto al atrio de la iglesia y yo con mi manopla patrullando el centerfield, el único de losfielders que tenía una manopla de lona era yo y los demás tenían que coger a mano pelada, y a las seis de la tarde seguía fildeando aunque casi no se veía pero no se me iba ningún batazo, y sólo por su rumor presentía la bola que venía como una paloma a caer en mi mano.
—Aquí está, capitán —dijo el guardia asomando la cabeza por la puerta entreabierta. Desde dentro venía el zumbido del aparato deaire acondicionado.
—Métalo y váyase.
Oyó que la puerta era asegurada detrás de él y se sintió como enjaulado en la habitación desnuda, las paredes encaladas, sólo un retrato en un marco dorado y un calendario de grandes números rojos y azules, una silueta en el centro y al fondo la mesa del capitán. El aparato estaba recién metido en la pared porque aún se veía el repello fresco.
—¿A qué horaslo agarraron? —dijo el capitán sin levantar la cabeza.
Se quedó en silencio, confundido, y quiso con toda el alma que la pregunta fuera para otro, alguien escondido debajo de la mesa.
—Hablo con usted, o es sordo: ¿A qué horas lo capturaron?
—Despuecito de las seis, creo —dijo, tan suave que pensó que el otro no lo había escuchado.
—¿Por qué cree que despuecito de las seis? ¿No me puede dar...
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