El centro de la telaraña escrito por Fernando Sorrentino

Páginas: 24 (5794 palabras) Publicado: 4 de mayo de 2014
Un sábado por medio, a la mañana, recorro a pie, ida y vuelta, cuarenta y cuatro cuadras. Es la distancia que media entre mi casa y la esquina de Olazábal y Estomba. Allí viven mi hija, Silvina, y mi yerno, Alejandro Di Paolo. No congenio ni con ella ni con él: los visito por el placer de juguetear con mi —hasta ahora— único nieto: Juan Francisco.
En cambio, dedico las otras mañanas del sábado apracticar puntería en el Tiro Federal Argentino con diversas armas de mi propiedad.
Ese día abandoné el polígono antes de las doce. Vivo en Libertador, entre Matienzo y Newbery. Apenas puse un pie en la vereda, encendí un cigarrillo y eché a caminar, sin prestar atención al mundo exterior y dejando vagar el pensamiento.
Me considero un hombre razonablemente feliz. Alguien (un pelafustán que selas daba de artista y de bohemio) me dijo una vez que yo era un individuo vulgarmente feliz: si quiso ofenderme, no lo logró.
También tuve sombras: la inesperada muerte de mi mujer me golpeó con dureza y trastornó mi vida de muchas maneras. No soy sentimental y, mucho menos, sensiblero. No faltó quien me tildase de despiadado. En general, logro mantener la calma aparente ante situacionesirritantes, mientras domino una invisible cólera interior.
Creo ser eficaz y expeditivo. Alcancé una holgada posición económica y lo que suele denominarse éxito. Mis empresas cotizan en la Bolsa de Comercio; no sé si soy del todo honesto, pero, dentro del mundo de los negocios, tengo fama de tal; presido la Fundación Santa Inés, que hace donaciones a hospitales y escuelas. Quiérase o no, soy un hombrede virtudes cívicas: dos veces fui seleccionado entre los personajes del año por una revista de actualidad.
De mi mujer heredé —cuando ya no las necesitaba— acciones de Dowland & Grandinetti. Nunca quise volver a casarme, pero tuve —y tengo— amoríos circunstanciales.
Me encantan el barrio, el edificio y el piso en que vivo.
Tras la puerta me aguardaba la correspondencia: facturas deservicios, resumen de cuentas de bancos, invitaciones a conferencias o a exposiciones, una postal de algún amigo que andaba por Europa… También un sobre ocre, con acolchado interno, de los que se usan cuando se envía material que no debe doblarse.
Sólo contenía una foto. Mi mujer y yo, ambos en remera y pantalón corto. El lugar y la fecha, inconfundibles: aparecemos caminando por la rambla de Copacabana,y eso fue exactamente en 1982, durante nuestra luna de miel. Inés tenía veintitrés años, y yo, veintiséis. Estamos distraídos y ajenos a la cámara: esa foto, evidentemente, nos fue tomada sin que lo advirtiéramos.
Sentí un inexplicable asco y solté la foto sobre la mesa, como desprendiéndome de las pinzas de un escorpión. Por unos instantes no supe qué hacer. Luego, mecánicamente, tomé elpaquete de cigarrillos y encendí uno.
En el reverso de la foto había una leyenda, recuadrada como un cartel de publicidad:

Inés Dowland de Aguirre (1959-1997) y su marido, quien la asesinó. Tarde o temprano la verdad se revela.
(Mensaje 1 de 3)


La letra, en birome azul, era crispada y nerviosa, con muchos ángulos agudos y temblores y casi sin redondeces.
Sentí un hueco en el estómago y unincendio en el rostro. ¿Qué objetivo perseguía esa anónima bofetada?
“Calma”, me dije. “Hay un hecho incontrovertible: yo sé que la acusación es falsa”.
El hábito de razonar fue tranquilizándome. Traté de ponerme en la piel de mi acusador. Se acercaban las elecciones legislativas; yo iba a hacer mi ingreso en la política: era candidato a diputado por el Partido Integrista. El enigmático envíodebía ser una estratagema política, algo que procuraba desestabilizarme emocionalmente.
Con el correr de los días, fui olvidándome del asunto. Recobré mi aplomo habitual. El exceso de actividades me vedó ocuparme de ese despreciable bicho que se ocultaba en las sombras.
Por otra parte, sobrevino para mis negocios una semana difícil. Una fusión entre dos empresas me tuvo a mal traer. Varios...
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