El collar de perlas William Somerset Maugham

Páginas: 10 (2286 palabras) Publicado: 2 de noviembre de 2015
El collar de perlas
William Somerset Maugham

Yo estaba predispuesto a sentir antipatía por el señor Kelada aun sin haberlo conocido. La guerra acababa de terminar y el tráfico de pasajeros en las líneas oceánicas era intenso. Era difícil encontrar lugar y había que tomar lo que ofrecieran los agentes. No se podía esperar un camarote para uno solo, y yo agradecía el mío con sólo dos camas. Perocuando escuché el nombre de mi compañero mi corazón se hundió. Sugirió puertas cerradas y la exclusión total del aire nocturno. Ya era bastante malo compartir un camarote por catorce días con cualquiera (yo viajaba de San Francisco a Yokohama), pero habría sido menos mi consternación si el nombre de mi compañero de cuarto hubiera sido Smith o Brown.
Cuando subí a bordo ya se encontraba ahí elequipaje del señor Kelada. No me gustó su aspecto, había demasiadas etiquetas en las valijas y el baúl de ropa era demasiado grande. Había desempacado sus objetos para el baño y observé el excelente Monsieur Coty; porque en el lavabo estaba su perfume, su jabón para el pelo y su brillantina.
Los cepillos del señor Kelada, ébano con su monograma en oro, habrían estado mejor para una friega. El señorKelada no me gustaba en absoluto. Fui al salón fumador. Pedí un paquete de cartas y empecé a jugar paciencia.
Apenas había empezado cuando un hombre vino y me preguntó si no se equivocaba al pensar que mi nombre era tal y tal.
-Yo soy Kelada -añadió con una sonrisa que dejaba ver una fila de dientes brillantes, y se sentó.
-Oh, sí, compartimos un camarote, creo.
-Eso es suerte, diría yo. Uno nuncasabe con quién lo van a poner, me alegré cuando supe que usted era inglés. Soy partidario de que nosotros los ingleses nos congreguemos cuando estamos en el extranjero, usted me entiende.
Parpadeé.
-¿Es usted inglés? -pregunté, quizá con falta de tacto.
-Bastante. ¿Usted no creerá que soy estadounidense, o sí? Británico hasta la médula, eso es lo que soy.
Para probarlo, el señor Kelada sacó supasaporte del bolsillo y lo desplegó bajo mi nariz.
El rey Jorge tiene muchos súbditos extraños. El señor Kelada era bajo y de complexión robusta, bien afeitado y de piel oscura, con una nariz carnosa y ganchuda y ojos grandes y brillantes. Su cabello era negro y levemente rizado. Hablaba con una fluidez en la que no había nada inglés y sus gestos eran exuberantes. Estuve seguro de que una inspecciónmás detenida a su pasaporte habría traicionado el hecho de que el señor Kelada hubiera nacido bajo el cielo azul que suele verse en Inglaterra.
-¿Qué toma usted? -me preguntó.
Lo mire con vacilación. La prohibición estaba en vigor y todo indicaba que el barco estaba seco. Cuando no estoy sediento no sé que me desagrada más, si el ginger ale o el refresco de limón. Pero el señor Kelada me dirigióuna brillante sonrisa oriental.
-Whisky con soda o un martini seco, usted solo tiene que decirlo.
Sacó un frasco de cada uno de sus bolsillos y los puso en la mesa ante mí. Escogí el martini, y llamando al camarero ordenó una jarra de hielo y un par de vasos.
-Muy buen coctel -dije yo.
-Bueno, hay muchos más en el lugar de donde vino éste, y si tiene amigos a bordo, dígales que tiene un camaradaque posee todo el licor del mundo.
El señor Kelada era platicador. Habló de Nueva York y de San Francisco. Discutió obras de teatro, películas y política. Era patriótico. La bandera inglesa es un buen paño, pero cuando es ondeada por un el señor de Alejandría o Beirut, no puedo evitar sentir que de algún modo pierde algo de su dignidad. El señor Kelada era familiar. No deseo darme aires, pero nopuedo evitar sentir que lo apropiado para un extraño total es poner “señor” antes de mi nombre cuando se dirige a mí. El señor Kelada, sin duda para que yo me sintiera cómodo, no empleaba tal formalidad. No me gustaba el señor Kelada. Yo había hecho a un lado las cartas cuando se sentó, pero ahora, pensando que para esta primera ocasión nuestra plática ya había durado bastante, seguí con mi juego....
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