El conde Lucanor ten a gran confianza con su consejero Patronio
Un día, paseaban los dos por los jardines de la casa cuando el conde confió a su consejero:
–Patronio, un hombre rico, que además es amigomío, me ha dicho en secreto que quería cederme su patrimonio. Por la confianza que tiene conmigo ofrece venderme parte de sus tierras y dejar las otras a mi cuidado. A mí me parece que el negocio me conviene, pero me gustaría saber antes vuestra opinión. ¿Qué pensáis de este asunto?
El consejero se quedó pensativo y respondió al joven:
–Señor conde, yo creo que mi consejo no os hace falta, pero ya quedeseáis que os dé mi opinión, os diré que creo que vuestro amigo os ha hecho esa oferta para probar vuestra amistad, y eso me recuerda algo que le sucedió a un rey con un ministro. ¿Queréis oír esta historia, por si os sirve para tomar alguna decisión?
–Os lo rogaría, Patronio. Contadme esa historia.
–Pues señor –dijo Patronio– había una vez un rey que tenía un ministro en quien confiaba mucho.Los demás ministros sentían envidia y no paraban de indisponerle con el monarca, pero no lograban perjudicarle ni que el rey desconfiara de su lealtad. Un día se reunieron y tramaron una gran calumnia, y uno de ellos dijo al rey que ese ministro conspiraba contra él; que su intención era matarle para que su hijo heredara el trono y luego envenenar al príncipe para que el ministro se quedase con elreino. Aunque hasta entonces el rey no había sospechado de su ministro, a partir de ese momento le entró una gran desconfianza.
»Y como el hombre prudente no debe esperar, sino prevenir los acontecimientos, un día el rey se encontró con su ministro y le dio a entender que estaba cansado del mundo y que le parecía que todo era una vanidad. Ese día no dijo más, pero a los pocos días, y hablando denuevo con él, le dijo que cada vez le gustaba menos la vida que llevaba y lo que había a su alrededor. Esto lo dijo varias veces más, y en tantos tonos que el ministro se convenció de que el rey estaba desengañado de glorias, riquezas y placeres.
»Pasaron las semanas y un día el rey dijo al ministro:
»–Amigo, te tengo por un hombre de confianza, así que te confesaré que he previsto buscar un lugarsolitario y apartado en el que nadie me conozca. Como estoy satisfecho de tus servicios y de tu lealtad ordenaré que mi mujer y mi hijo queden en tus manos, lo mismo que las fortalezas y ciudades del reino, para que nadie pueda hacer daño a mi hijo y cuando tenga edad pueda gobernar como rey.
»–Pero señor –dijo el ministro– tu reino disfruta de paz y de justicia. Si dejas el trono, el país se veráenvuelto en desórdenes y en guerras civiles. Piensa en la reina, en tu hijo y en el daño que tu decisión puede hacer a todos tus súbditos. »–Lo tengo decidido –dijo el rey–. Estoy seguro de que si algún día deseo volver, mi reino estará seguro en tus manos. Y, si muero en ese tiempo, tú mantendrás el paísen paz y mi hijo crecerá hasta llegar el día en que pueda gobernarlo.
»Cuando el ministro oyó decir que el reino quedaría en sus manos, se puso muy contento, aunque no lo dejó traslucir, pensando que de esta forma podría mandar y disponer a su antojo.
»El ministro tenía invitado en su casa a un filósofo, al cual solía pedir consejo. Al salir de palacio le confesó que el rey había decidido poneren sus manos el gobierno del país y la crianza del príncipe. El sabio, al oír estas palabras, pensó que el ministro había caído en una trampa y comenzó a reprenderle con aspereza, porque aquello parecía un engaño tramado por sus enemigos para probarle y desprestigiarle. Y, oyéndole, el ministro vio que quizá era como el filósofo le decía. Y el sabio le aconsejó el modo de esquivar el peligro en...
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