el cuerpo restante
Luis Alberto Heiremans
Es costumbre dejar el cuerpo acostado de noche y salir a vagabundear por las calles. Más bien era la costumbre, porque ahora todo ha cambiado. Desde que sucedieron esas aventuras... Pero eso es el final de la historia. ¿Para qué adelantarlo?
Tal como digo, se deja la envoltura humana, la piel y los huesos, en fin, durmiendo el sueño de losjustos, y la otra parte de uno se levanta a eso de las doce y, echándose cualquier cosa encima, porque estas noches de otoño suelen ser muy frescas, atraviesa los corredores, abre la puerta de calle y ¡afuera!, a vagar, a perderse hasta el amanecer.
Claro que todo no es tan sencillo. La mayor dificultad radica en convencer al cuerpo. Como no piensa; tampoco escucha razones; sólo siente y resultacomplicadísimo hacerle entender que es preferible que se acueste y duerma para que al día siguiente amanezca rebosante de energías. En un comienzo, suele resistirse. La aventura atrae y el cuerpo también quiere vivirla. Pero existe una fórmula para lograr una pronta y duradera disgregación. A mí me la enseñó uno de mis pensionistas, el mismo que me inició en este tipo de excursiones. Se llamabaOrión, el mago, José Castro en el Civil, y, a pesar de todo lo que hizo, le guardo cariño. Bueno, la fórmula de que hablaba no es muy sencilla; pero eso no importa, ya que de ningún modo pienso revelarla, sobre todo ahora que este asunto se ha puesto tan peligroso.
En esa época, cuando comenzó mi aventura, yo tenía una casa de pensión en la calle Grajales. Es un barrio decente, sin lujo niostentación, por cierto, pero con un vecindario relativamente tranquilo y honrado. Mi casa estaba ubicada en una esquina. Casa antigua, de construcción demasiado sólida y de arquitectura un tanto alambicada. A mis huéspedes siempre les resultó difícil hallar el camino en ese verdadero laberinto de pasadizos cuando salían a pasear por las noches.
Sólo tenía cuatro pensionistas. El mago del cual yahablé, quien a los pocos meses decidió cambiar el turbante y la bola de cristal por una visera y un pequeño negocio de crema mágica, desmanchadora-pulidora-antiséptica, mucho más lucrativo. Tal vez recuerden haberlo visto: suele pregonar su mercancía en alguna esquina céntrica y acostumbra llevar una serpiente a guisa de bufanda, lo único que conserva de su época orientalista.
Los otros eranmenos atrayentes. Una señora de buena familia, a quien su marido abandonó pocos meses después del matrimonio. Vino a esconder su vergüenza a la calle Grajales. Para pagar su pensión, bordaba. Todo en el mayor secreto, por cierto, ya que jamás nadie debía saber que trabajaba. Esa sería su mayor deshonra. Los días domingo alquilaba un taxi para ir de visita donde sus parientes; pero el resto de lasemana se lo pasaba bordando unos manteles muy bonitos y muy grandes que las tiendas pagaban a precios de hambre.
Mi tercer huésped era un universitario venezolano que rara vez iba a la Universidad. Se desquitaba saliendo todas las noches. Era muy moreno, cantaba al hablar y recibía unas cartas gordas que, según me contó la señora Irquíñiguez, venían repletas de dólares.
Por último, Cecilia.Esta muchacha era la más reciente de mis pensionistas. Vino a ocupar la vacante dejada por don Nicolás, quien, al recibir su jubilación, hizo las paces con su hija y se fue a vivir en su casa. Cecilia no era bonita; pero sólo le faltaba dinero para serlo. Quiero decir, tenía uno de esos rostros llenos de posibilidades, con los cuales un buen maquillador y un mejor modisto logran una obramaestra. Pero para eso se necesita dinero, y nadie pensaba dárselo, ni siquiera el venezolano, que con un par de dólares y un poco de paciencia podría haberla transformado en una de esas mujeres que tanto les gustan a los hombres: las que los demás envidian. Por otra parte, Cecilia tenía un futuro ante ella. No sé por qué el segundo día me hizo confidencias:
- ¿Qué" hace usted, mi hijita? -le...
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