El deber de la palabra
Pierre Clastres[1]
Hablar es, antes que nada, poseer el deber de hablar. O mejor aún, el ejercicio del poder asegura la dominación de la palabra: sólo los amos pueden hablar. En cuanto a los súbditos, destinados al silencio del respeto, de la veneración, o del terror. Palabra y poder mantienen relaciones tales que el deseo de uno se realiza por la conquista delotro. Sea príncipe, déspota o jefe de Estado, el hombre del poder es siempre no solamente el hombre que habla, sino la única fuente legítima de la palabra: palabra empobrecida, palabra pobre, es cierto, pero rica en eficiencia, pues ella tiene por nombre mando y no quiere más que la obediencia del ejecutante. Extremos inertes cada uno para sí mismo, poder y palabra sólo subsisten uno en el otro, cadauno de ellos es substancia del otro y la permanencia de su relación, aun cuando parece trascender la Historia, nutre sin embargo el movimiento de ella: hay acontecimiento histórico cuando, abolido lo que los separa y por lo tanto los destina a la inexistencia, el poder y la palabra se establecen en el acto mismo del encuentro. Toda toma de poder es asimismo una adquisición de palabra.Naturalmente, esto concierne en primer lugar a las sociedades fundadas sobre la división: amos - esclavos, señores - súbditos, dirigentes - ciudadanos, etc. La marca primordial de esta división, su lugar privilegiado de desarrollo, es el hecho masivo, irreductible, quizás irreversible, de un poder separado de la sociedad global puesto que solamente algunos miembros lo poseen, de un poder que, separado dela sociedad, se ejerce sobre ella y, en caso necesario, contra ella. Lo que aquí se ha señalado, es el conjunto de las sociedades con Estado, desde los despotismos más arcaicos hasta los Estados totalitarios más modernos, pasando por las sociedades democráticas, cuyo aparato de Estado, no por liberal deja de constituirse en el dueño encubierto de la violencia legítima.
Vecindad, buenavecindad de la palabra y del poder: he ahí lo que suena claramente en nuestros oídos acostumbrados desde hace mucho tiempo a escuchar esa palabra. Ahora bien, no puede desconocerse esta enseñanza decisiva de la etnología: el mundo salvaje de las tribus, el universo de las sociedades primitivas o incluso -y es lo mismo- de las sociedades sin Estado, ofrece extrañamente a nuestra reflexión esta alianza yarevelada, pero sólo para las sociedades con Estado, entre el poder y la palabra. Sobre la tribu reina su jefe y este reina igualmente sobre las palabras de la tribu. En otros términos, y muy particularmente en el caso de las sociedades primitivas americanas, el jefe, -el hombre del poder-, posee también el monopolio de la palabra. No es necesario, entre estos Salvajes, preguntar: ¿quién es entrevosotros el que habla? Dueño de las palabras: es así como numerosos grupos denominan a su jefe.
No se puede, pues, aparentemente, pensar el uno sin el otro, el poder y la palabra, ya que el vínculo entre ellos, claramente meta-histórico, no es menos indisoluble en las sociedades primitivas que en las formaciones con Estado. Sería sin embargo poco riguroso limitarse a una determinaciónestructural de esta relación. En efecto, la ruptura radical que separa las sociedades, reales o posibles, según tengan o no Estado, esa ruptura no puede dejar indiferente el modo de relación existente entre el poder y la palabra. ¿Cómo se efectúa esta relación en las sociedades sin Estado? El ejemplo de las tribus indígenas nos lo enseña.
Una diferencia, la más aparente y a la vez la más profunda, serevela en la conjugación de la palabra y del poder: si en las sociedades con Estado la palabra es el derecho del poder, en las sociedades sin Estado, por el contrario, la palabra es el deber del poder. O para decirlo de otra forma, las sociedades indígenas no reconocen al jefe el derecho de la palabra porque es el jefe: ellas exigen del hombre destinado a ser jefe, que pruebe su dominio sobre las...
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