el decamerón
Conviene, carísimas señoras, que a todo lo que el hombre hace le dé principio con el nombre de Aquél que fue de todos hacedor; por lo que, debiendo yo el primero dar comienzo a nuestro cuento, entiendo comenzarcon uno de sus maravillosos hechos para que, oyéndolo, nuestra esperanza en él como en cosa inmutable se afirme, y siempre sea por nosotros alabado su nombre.
Manifiesta cosa es que, como las cosas temporales son todas transitorias y mortales, están en sí y por fuera de sí llenas de dolor, de angustia y de fatiga, y sujetas a infinitos peligros; a los cuales no podremos nosotros sin algún error,los que vivimos mezclados con ellas y somos parte de ellas, resistir ni hacerles frente, si la especial gracia de Dios no nos presta fuerza y prudencia. La cual, a nosotros y en nosotros no es de creer que descienda por mérito alguno nuestro, sino por su propia benignidad movida y por las plegarias impetradas de aquellos que, como lo somos nosotros, fueron mortales y, habiendo seguido bien susgustos mientras tuvieron vida, ahora se han transformado con él en eternos y bienaventurados; a los cuales nosotros mismos, como a procuradores informados por experiencia de nuestra fragilidad, y tal vez no atreviéndonos a mostrar nuestras plegarias ante la vista de tan grande juez, les rogamos por las cosas que juzgamos oportunas.
Y aún más en Él, lleno de piadosa liberalidad hacia nosotros,señalemos que, no pudiendo la agudeza de los ojos mortales traspasar en modo alguno el secreto de la divina mente, a veces sucede que, engañados por la opinión, hacemos procuradores ante su majestad a gentes que han sido arrojadas por Ella al eterno exilio; y no por ello Aquél a quien ninguna cosa es oculta (mirando más a la pureza del orante que a su ignorancia o al exilio de aquél a quien le ruega)como si fuese bienaventurado ante sus ojos, deja de escuchar a quienes le ruegan. Lo que podrá aparecer manifiestamente en el cuento que pretendo narrar: manifiestamente, digo, no el juicio de Dios sino el seguido por los hombres.
Se dice, pues, que habiéndose Musciatto Franzesi convertido, de riquísimo y gran mercader en Francia, en caballero, y debiendo venir a Toscana con micer Carlos SinTierra, hermano del rey de Francia, que fue llamado y solicitado por el Papa Bonifacio, dándose cuenta de que sus negocios estaban, como muchas veces lo están los de los mercaderes, muy intrincados acá y allá, y que no se podían de ligero ni súbitamente des intrincar, pensó encomendarlos a varias personas, y para todos encontró cómo; fuera de que le quedó la duda de a quién dejar pudiese capaz derescatar los créditos hechos a varios borgoñones.
Y la razón de la duda era saber que los borgoñones son litigioso s y de mala condición y desleales, y a él no le venía a la cabeza quién pudiese haber tan malvado en quien pudiera tener alguna confianza para que pudiese oponerse a su perversidad. Y después de haber estado pensando largamente en este asunto, le vino a la memoria un señor Cepparello dePrato que muchas veces se hospedaba en su casa de París, que porque era pequeño de persona y muy acicalado, no sabiendo los franceses qué quería decir Cepparello, y creyendo que vendría a decir capelo, es decir, guirnalda, como en su romance, porque era pequeño como decimos, no Chapelo, sino Ciapelletto le llamaban: y por Ciapelletto era conocido en todas partes, donde pocos como Cepparello leconocían.
Era este Ciapelletto de esta vida; siendo notario, sentía grandísima vergüenza si alguno de sus instrumentos (aunque fuesen pocos) no fuera falso; de los cuales hubiera hecho tantos como le hubiesen pedido gratuitamente, y con mejor gana que alguno de otra clase muy bien pagado. Declaraba en falso con sumo gusto, tanto si se le pedía como si no; y dándose en aquellos tiempos en Francia...
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