el deprecio

Páginas: 28 (6980 palabras) Publicado: 24 de julio de 2014
Una cama terriblemente extraña Wilkie Collins


Poco después de finalizar mis estudios en la universidad, me encontraba pasando unos días en París con un amigo inglés. Por aquel entonces, los dos éramos jóvenes y me temo que llevábamos una vida más bien desordenada en la encantadora ciudad que nos acogía. Una noche, estábamos dando vueltas por el barrio del Palais Royal, sin decidirnos porcuál sería la siguiente diversión a la que podríamos entregarnos. Mi amigo propuso una visita a Frascati, pero su sugerencia no fue de mi agrado; me conocía Frascati al dedillo. Allí había perdido y ganado muchas monedas de cinco francos por mero entretenimiento, hasta que dejó de divertirme, y de hecho acabé hartándome de toda la espantosa respetabilidad propia de esa anomalía social que es una casade juego respetable. - ¡Por Dios! -le dije a mi amigo-, vamos a algún lugar donde podamos ver algo del auténtico juego, el que se juega sin escrúpulos y por necesidad, sin nada de ese falso relumbrón que hay por todo Frascati. Olvidémonos del popular Frascati y vamos a un lugar donde no pongan impedimentos a alguien que no lleve abrigo o vista uno lleno de remiendos. - Muy bien -contestó miamigo-, pero no hace falta salir del Palais Royal para encontrar el tipo de compañía que deseas. Tenemos ese lugar justo en frente de nosotros; según todas las referencias, un garito de mucho cuidado.

Poco después llegamos a la puerta y entramos en la casa. Subimos hasta el final de la escalera y, después de haber dejado nuestros sombreros y bastones al portero, nos hicieron pasar a la salaprincipal de juego. No encontramos mucha gente, pero, aunque fueron pocos los que alzaron la mirada al vernos entrar, todos ellos eran representantes auténticos -lamentablemente- de sus respectivas clases sociales. Habíamos ido a ver gente sin escrúpulos, pero aquellos hombres eran algo peor. Todo canalla tiene su aspecto cómico más o menos apreciable; sin embargo, allí no había más que tragedia, una muday extraña tragedia. El silencio de la habitación era sobrecogedor: el joven delgado y ojeroso de pelo largo, cuyos ojos hundidos observaban con vehemencia el descubrir de las cartas, no hablaba nunca; el jugador fofo con cara regordeta y llena de granos, que comprobaba el juego de sus cartas con perseverancia para averiguar con qué frecuencia ganaba el negro o el rojo, no abría la boca; el viejosucio y con arrugas, de ojos de rapaz y con el gabán zurcido, que había perdido ya lo último que le quedaba y seguía mirando el juego desesperadamente, pese a que ya no podía apostar más, no abría la boca. Incluso la voz del croupier sonaba como si el ambiente de la habitación la hubiese apagado y espesado de modo extraño. Había ido a aquel lugar a reírme, pero el espectáculo que tenía ante mí erapara llorar. Pronto advertí que necesitaba refugiarme en algo emocionante para huir del desánimo que rápidamente se estaba apoderando de mí. Desafortunadamente, busqué la emoción más próxima acercándome a la mesa, y empecé a jugar. Más desafortunado aún fue que ganara -tal como luego se demostraría- prodigiosamente, de forma increíble, a tal ritmo que los restantes jugadores de la mesa seagruparon a mi alrededor, y, mirando fijamente mis apuestas, con ojos de ansiedad y superstición, se susurraron unos a otros que el inglés iba a hacer saltar la banca.

El juego en cuestión era el rojo y negro. Lo había jugado en cada una de las ciudades de Europa que visité, sin preocuparme nunca por analizar la teoría de las probabilidades (¡la piedra filosofal de todos los jugadores!). Por otraparte, no puede decirse que yo fuera un auténtico jugador. Estaba libre de la corrosiva pasión por el juego. Jugaba simplemente por pasar el rato. Jamás recurrí a él por necesidad porque nunca he sabido lo que es no tener dinero. En ninguna ocasión había jugado lo bastante como para perder más de lo que podía permitirme o ganar más de lo que podía guardarme en el bolsillo, fríamente, sin perder la...
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