El Diablo Viste De Prada De Lauren Weisberger R1
el que soaba al salir de la universidad? ¿Es este el trabajo por el cual tiene que estar agradecida y sentirse tan afortunada?
Sí, es la nueva asistente personal de Miranda, la legendaria editora de la revista femenina más glamourosa de Nueva York.
Ella dicta la moda en elmundo entero. Millones de lectoras siguen fielmente sus recomendaciones; sus empleados y
colaboradores la consideran un genio; los grandes creadores la temen.
Todos, sin excepción, la veneran. Todos, menos Andrea, que no se deja engaar por este escaparate de diseo y frivolidad tras
el que se agazapa un diablo que viste un traje de chaqueta de Prada exclusivo, por supuesto, calza unos Manolo Blahniky
siempre luce un pauelo blanco de Hermés.
Una novela hilarante que da un nuevo sentido a esas quejas que a veces circulan sobre un jefe que es el diablo en persona.
Narrada por la voz fresca, joven, inteligente, rebelde y desarmante de Andrea, El diablo viste de Prada nos descubre el lado
profundo, oscuro y diabólico de la vida en las oficinas del gran imperio que es el mundo de la moda.
LaurenWeisberger
El diablo viste de Prada
e Pub r1.1
H e c ha d e l l uvi a 30.10.13
Título original: The Devil Wears Prada
Lauren Weisberger, 2005.
Traducción: Matuca Fernández de Villavicencio.
Editor digital: Hechadelluvia
ePub base r1.0
Dedicado a las tres únicas personas vivas
que creen sinceramente que este libro rivaliza con Guerra y paz;
mi madre, Cheryl, la madre «por la que
un millón dechicas daría un ojo de la cara»;
mi padre, Steve, que es guapo, astuto, brillante e ingenioso,
y que insistió en escribir él mismo su propia dedicatoria;
mi fenomenal hermana, Dana, la preferida de mis padres
(hasta que escribí mi primer libro).
Cuidado con las empresas que exigen ropa nueva.
HENRY DAVID THOREAU,
Walden, 1854
1
El semáforo aún no se había puesto verde en el cruce de laDiecisiete con Broadway cuando un
ejército de prepotentes taxis amarillos adelantó rugiendo la diminuta trampa mortal que yo estaba
intentando pilotar por las calles de la ciudad. Embrague, gas, cambio (¿de punto muerto a primera o
de primera a segunda?), suelta embrague, me repetía mentalmente, mantra que a duras penas me
brindaba consuelo, y no digamos orientación, en medio del chirriante tráfico delmediodía. El
cochecito corcoveó salvajemente dos veces antes de salvar el cruce dando bandazos. El corazón me
iba a cien. Los bandazos menguaron sin previo aviso y empezamos a ganar velocidad. Mucha
velocidad. Bajé la mirada para comprobar que solo iba en segunda, pero en ese momento la parte
trasera de un taxi se me apareció tan enorme frente al parabrisas que no tuve más remedio que clavar
el pieen el freno con tanto vigor que se me saltó el tacón. ¡Mierda! Otros zapatos de setecientos
dólares sacrificados por mi total falta de elegancia en situaciones tensas; el tercer destrozo de esa
índole en lo que iba de mes. Cuando el coche se caló, casi me sentí aliviada (como es lógico, al frenar
para salvar la vida había olvidado apretar el embrague). Dispuse de unos segundos —segundos de
paz sihacía caso omiso de los bocinazos coléricos y las diversas versiones de «gilipollas» que me
llegaban de todas direcciones— para quitarme mis Manolo destaconados y arrojarlos al asiento del
copiloto. No tenía dónde secarme el sudor de las manos salvo en los pantalones Gucci de ante, los
cuales «abrazaban» mis muslos y caderas con tanto entusiasmo que ya había empezado a notar un
hormigueo al pocorato de abrocharme el último botón. Los dedos dejaron vetas húmedas en el ante
que cubría mis ahora entumecidos muslos. Tratar de conducir este descapotable de 84.000 dólares,
con cambio manual, por la plaga de obstáculos que ofrecía el centro de la ciudad a la hora de comer
pedía a gritos un cigarrillo.
—¡Joder, tía, muévete! —vociferó un conductor de tez tostada cuyo vello pectoral amenazaba...
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