El Diezmo durante el experimento liberal
Mónica ayudaba a su madre con las tareas del hogar cuando escucho que alguien llamaba a la puerta. Dejó la ropa y corrió a ver quién llamaba. Al abrirla reconoció al Padre Carmelo, era el párroco del pueblo, un hombre gordo y fofo, de mediana edad. Vestía una sotana de inmaculado negro, su cabello empezaba a pintar unas canas blancas, y sufrente era cada vez más grande y sus ojos verdes maliciosos estaban más al pendiente de lo que caía en las alcancías de la Iglesia que en los lecturas de la Biblia.
—Buenos días hijita—, dijo el sacerdote simulando amabilidad.
—Buenos días padre—, dijo la niña en voz baja, visiblemente incomoda.
—¿No están tus padres?— preguntó el sacerdote, mientras miraba detrás de la niña, inspeccionando lacasa.
—Sí, déjeme ir a buscarlos—. Esto lo dijo alejándose unos metros de la puerta aliviada. Pero la voz del padre la retuvo.
—Mi niña, mi niña...— la niña se detuvo y volvió hasta llegar frente al hombre gordo y necio de la puerta. —Hijita, no ¿crees que sea buena idea dejar al representante de Dios y de la Santa Iglesia a la puerta de tu casa?— Aunque las palabras del sacerdote eranamables, su tono era frío como el hielo y helaba la sangre de la pobre niña.
—No padre, perdón, pase, pase— dijo la niña.
—Gracias, mi niña—. Tras el padre entró un joven también con sotana. —Este joven es mi ayudante, el Presbítero Julián Treviño, ¿puede pasar también?— Aunque formulo la pregunta, ni el sacerdote, ni el mencionado presbítero esperaron la respuesta y el joven entró.
—Voy por mipapá—, dijo la niña casi iniciando la carrera, pero nuevamente la voz cascada del sacerdote evito que se fuera. —Mi niña, sabes, desde la parroquia hasta aquí ha sido un camino largo y el sol es duro, creo que un vaso de agua fresca me haría mucho bien—. El tono de sacerdote volvió a ser de cordialidad, sabía que tenía a la niña entre sus manos y no había necesidad de asustarla más. La niña miróal presbítero y el sacerdote adivinando su pensamiento dijo: —Él está bien, mi niña, sólo trae un vaso para mí—. Mientras hablaba deposito su gran trasero en una silla cercana, el joven presbítero se manutuvo de pie junto a él. La niña desapareció corriendo rumbo a la cocina. Volvió apenas unos 20 segundos después con un vaso de agua fresca. Se lo entregó al sacerdote; que dio un traguito comopara tentar únicamente el sabor y la temperatura. —Mmmm, justo lo que necesitaba, mi niña. Ahora si vaya por sus padres—. Finalmente la niña pudo apartarse de la presencia de ese hombre.
Salió de la casa como una saeta corriendo hacía las tierras de labranza de una familia donde sabía que encontraría a su padre. La familia de Mónica tenía unas cuantas propiedades, no eran inmensamente ricos, perotampoco la pasaban mal. Mónica encontró a su padre donde esperaba. El padre de Mónica era un hombre que estaba entrando en la madurez de sus días. Pero lo hacía con mucho más gracia que los hombres de su generación, era alto y de espaldas anchas, gracias a que siempre se mantenía activo en el campo, su piel tenía un bronceado sano y su cabello aún era negro y abundante. El hombre escuchó lo quesu hija le decía y se apresuró a volver a la casa.
La niña lo acompañó todo el camino, pero al llegar decidió no entrar a la casa, no quería encontrarse nuevamente con el sacerdote, por lo que el hombre entró solo. El hombre se prentó ante el sacerdote, así como vestía sudado y sucio y algo apenado dijo: —Perdón padre, no sabía, debió haberme avisado—. El sacerdote no dijo nada, sólo extendió sumano izquierda, donde portaba un anillo; el hombre tomó con delicadeza la mano del sacerdote y besó el anillo. El gesto pareció complacer al sacerdote que dijo: —Descuida hijo, la Iglesia y sus representantes siempre están al pendiente de su pueblo. Y por eso estoy aquí… últimamente hijo, no te hemos visto ni a ti, ni a tu familia en la Iglesia, ¿Está todo bien?—
El hombre parecía incomodo...
Regístrate para leer el documento completo.