El Dios

Páginas: 55 (13560 palabras) Publicado: 15 de octubre de 2012
Año 4, No. 16. Bimestre Enero – febrero de 2011.

Publicación bimestral que se edita sin fines de lucro, como suplemento de la revista Docencia e Innovación Tecnológica.

Francisco Rojas González (Guadalajara, Jalisco, 11 de agosto de 1903 - Ibídem, 22 de octubre de 1951), fue un escritor mexicano, Premio Nacional de Literatura 1944. (Cuentos extraídos de su libro, El Diosero.)

EL DIOSEROKAI-LAN, señor del caríbal de Puná, sentado frente a mí toma una graciosa postura simiesca y sonríe amistoso; en sus manos cortitas y móviles, juguetea un bejuco. Estamos bajo el techo de su “champa” erigida en un claro de la selva; en un claro que es islote perdido entre el océano vegetal que amenaza desbordarse en olas crujientes y negras. Kai-Lan escucha, sus ojos se clavan en mi rostro;parece adivinarme el gesto mejor que entender mis palabras. A veces, cuando mi propósito logra penetrar en el cerebro o en el corazón del indio, él ríe, ríe a carcajadas…Mas a veces, cuando mi relato tórnase grave, el lacandón se pone formal y aparentemente interesado en aquel diálogo en que participa él con algunos monosílabos o con tal o cual frase sencilla, emitida con dificultad.

Las tresmujeres de Kai-Lan están cerca de nosotros, sus tres “kikas”. Jacinta, niña casi y madre ya de una indiecita lactante, de cara redonda y cachetona; Jova, una anciana reservada, fea y huidiza, y Nachak’in, hembra en plenitud; su perfil arrogante como un mascarón pétreo de Chchén-Itzá, los ojos sensuales y coquetones, el cuerpo ondulante, apetitoso, a pesar de la corta estatura y los ademanes sueltos,tanto, que llegan a descocados frente al desabrimiento de las otras dos. Jova, arrodillada cerca del metate, tortea grandes ruedas de masa de maíz; Jacinta, que carga sobre el brazo izquierdo a su hija, revuelve entre las brasas del fogón un faisán abierto en canal del que sale un tufillo agradable. Nachak’in de pie, metida en su amplio cotón de lana, mira impávida el ajetreo de sus compañeras. –Yesa –pregunté a Kai-Lan señalando a Nachak’in– ¿por qué no trabaja?

El lacandón sonríe, guarda silencio unos instantes; con ello da idea de que busca los términos apropiados para responder: –No trabaja en el día –dice al fin–, a la noche sí… A ella toca subir a la hamaca de Kai-Lan. La bella “kika”, tal si hubiera entendido las palabras que en castellano me dijo su marido, baja los ojos ante micuriosa mirada y pliega los labios en una sonrisa terriblemente picaresca. De su cuello robusto y corto, cuelga un collar de colmillos de lagarto. Fuera de la “champa”, la selva, el escenario donde se desenvuelve el drama de los lacandones. Frente a la casa de Kai-Lan, se alza el templo del que él es Gran Sacerdote, al mismo tiempo que acólito y fiel. El templo es una barraca techada con hojas depalma; sólo tiene un muro, que ve al poniente; adentro, caballetes de rústica talla y, sobre ellos, los incensarios o braserillos de barro crudo, que son deideades doblegadoras de las

Francisco Rojas González

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pasiones, moderadoras de los fenómenos por el arco que forman sus dedos, se mira naturales que en la selva se desencadenan el Sol a punto de llegar al cenit. con furia diabólica,domadores de bestias, Kai-Lan ha vuelto y me hace conocer amparo contra serpientes y sabandijas y el resultado de su observación. resguardo opuesto a los “hombres malos” del más allá de los bosques. –Poco andarás…Viene agua, mucha agua. Junto al templo, la parcela de maíz cultivada cuidadosamente; matas vigorosas se alzan del suelo más de dos palmos entre las paredes de los hoyancos cavados a “coa”;un lienzo de varas espinudas protege al sembradío de las incursiones de los jabalíes y de los tapires y, abajo, entre lianas y raíces, el río Jataté. El clima es húmedo y tibio. Me he puesto en pie, acaricio la cara de la pequeña que se ha dormido en brazos de su madre y cuando me dispongo a salir, gotas enormes me detienen; la tormenta se ha desencadenado. Kai-Lan sonríe al ver cumplido su...
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