El Diosero
L DIOSERO
Francisco Rojas González
76hasta la cintura en el lodo y comprometido en la lucha de los lacandones.Mientras Jacinta y yo acercamos piedras y fango, Jova levanta unvallado quemás tarda en alzarse que en ser arrastrado por la corriente. Kai-Lan grita enlacandón palabras fustigantes; ellas redoblan esfuerzos. El hombre va y vienebajo el enorme paraguas de la ceiba;en alto la antorcha, nos manda sus débilesfulgores. Llega un momento en que la agitación de Kai-Lan es irreprimible.Deja la tea sostenida entre dos piedras y va hacia la choza del templo, penetraen ella y nos abandona empeñados en nuestros estériles esfuerzos… Jacinta ha
resbalado, el agua la arrastra un trecho; Jova logra pescarla por la melena y conmi ayuda sacarla del trance. Un enormetronco que flota en las aguas barretotalmente
nuestra obra… La riada se desborda ya en arroyuelos que hacen
charcas al pie de las matas de maíz. Nada hay que hacer; sin embargo, lasmujeressiguen en empeñosa pugna. Cuando yo estoy a punto de marcharmematerialmente rendido, noto que la tormenta ha ce
sado… Como llegó se fue,
sin aparatos espectaculares, de improviso, tal como sepresenta o se ausenta
todo en la selva: la alimaña, el rayo, el viento, el brote, la muerte…
Kai-
Lan sale del templo, lanza alaridos de júbilo. Nachak‘in mira, sin
hacer nada porevitarlo, cómo el cuerpo del sarahuato se chamusca, secarboniza; una nube negra y hedionda hace irrespirable el ambiente; la niñasolloza rendida de llorar.Las mujeres al ver mi traza ridícula ríen; estamosencenegados de pies acabeza.Trato de limpiar el fango de mis botas. Kai-Lan me tiende un calabazo
lleno de ―balché‖, aquella bebida fermentada ritual de las grandes ocasiones.Bebo un trago, otro yotro… Cuando alzo el codo por tercera vez, noto que
amanece.Kai-Lan está a mi lado, me mira amablem
ente. Nachak‘in se acerca y
trata de echar, lúbrica y provocativa, un brazo al cuello...
Regístrate para leer el documento completo.