el discurso

Páginas: 7 (1509 palabras) Publicado: 25 de agosto de 2013
—Dormir, no, Valen, no quiero dormir; tengo que estar con él. Es la última noche. Tú lo sabes.
Valentina se muestra complaciente. Tanto su voz —el contenido y el volumen de su voz— como sus movimientos, recatan una eficacia inefable:
—No duermas si no quieres, pero relájate. Debes relajarte. Debes intentarlo por lo menos —mira el reloj—. Vicente no puede tardar.
Carmen se estira bajo la blancacolcha, cierra los ojos y, por si fuera insuficiente, se los protege con el antebrazo derecho desnudo, muy blanco, en contraste con la
negra manga del jersey que la cubre hasta el codo. Dice:
—Me parece que hace un siglo desde que te llamé esta mañana. ¡Dios mío, qué de cosas han pasado! Y todavía me parece mentira, fíjate; me es imposible
hacerme a la idea.
Aun con los ojos cerrados ypreservados por el antebrazo, Carmen sigue viendo desfilar rostros inexpresivos como palos cuando no deliberadamente contristados:
“Lo dicho”; “Mucha resignación”; “Cuídate, Carmen, los pequeños te necesitan”; “¿A qué hora es mañana la conducción?” Y ella: “Gracias, Fulano”, o “Gracias,
Mengana” y ante las visitas eminentes: “¡Cuánto le hubiera alegrado al pobre Mario verle por aquí!” La gente nuncaera la misma pero la densidad no decrecía. Era
como el caudal de un río. Al principio, todo resultó burdamente convencional. Caras largas y silencios insidiosos. Fue Armando quien quebró la tirantez con su chiste: el
de las monjitas. Él había creído que ella no le oía, pero Carmen le oyó, e independientemente de ella, Moyano, desde su palidez lechosa, con el rostro enmarcado por
una negra ysedosa barba rabínica, le censuró con una acre mirada muda. Pero ya nada volvió a ser tan tenso como antes. Las barbas de Moyano y su palidez de
muerto hacían bien en el velatorio. En cambio el mechón albino de Valen, detonaba. “Cuando me lo dijeron no podía creerlo. Si le vi ayer”. Carmen se inclinaba y la
besaba en las dos mejillas. En realidad, no se besaban, cruzaban estudiadamente las cabezas,primero del lado izquierdo, luego del derecho, y besaban al aire, tal vez a
algún cabello desmandado, de forma que una y otra sintieran los chasquidos de los besos pero no su efusión. “Pero si yo misma. Anoche cenó como si tal cosa y leyó
hasta las tantas. Y esta mañana, ya ves. ¿Cómo me iba a imaginar una cosa así?” Las barbas de Moyano cuadraban perfectamente con el ambiente. Y su tez cerúlea,demacrada, de hombre estudioso. Era lo único que Carmen podía agradecerle. “¿Te importa que pase a verlo?” “Al contrario, mujer”. “Lo dicho, Carmen”. Y las dos
mujeres cruzaban las cabezas, primero del lado izquierdo, luego, del lado derecho, y besaban, al aire, al vacío, tal vez a algún cabello suelto, de manera que ambas
sintieran el efluvio de los besos pero no su calor. “Nunca vi un muertosemejante, te lo prometo. No ha perdido siquiera el color”. Y Carmen experimentaba una
oronda vanidad de muerto, como si lo hubiese fabricado con las propias manos. Como Mario, ninguno; era su muerto; ella misma lo había manufacturado. Pero Valen
se resistía: “Prefiero recordarle vivo, ya ves”. “Te advierto que no impone lo más mínimo”. “Aunque así sea”. Y lo mismo Menchu, pero ella era su hijay no tenía otro
remedio. Al regresar del Colegio, ayudada por la Doro, la había obligado a entrar y la había forzado a abrir los párpados que ella se obstinaba en cerrar. “Mujer,
déjala, si es aún una niña”. “Es su hija y va ahora mismo porque se lo mando yo”. Una histérica. Menchu se había comportado como una histérica.
—Cría cuervos.
—Déjalo, Menchu; relájate, anda; haz lo posible porrelajarte. No pienses en nada ahora.
La mayor parte eran bultos oscuros con unos ojos abultados, miméticos. Les unía una difusa responsabilidad, un sentimentalismo acomodaticio y un goloso afán por
apresarla —a ella, a Carmen— con los dedos o con los labios. Llegaban perplejos con ganas de despachar pronto: “Cuando me lo dijeron no podía creerlo, si le vi
ayer”. “Pobre Mario ¡tan joven!”. El...
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