El Doctor
Los ardores del largo día ahogan a Camargo. Se quita toda laropa de una vez, qué alivio, deja caer al piso la corbata y la camisa almidonada con puños de gemelos. En el perchero de la entrada cuelga, por costumbre, el traje cruzadode franela azul que lleva desde la mañana. Tal vez podría tirarse a descansar un rato. Nunca se ha quedado a dormir allí aunque a veces ha esperado el amanecer en elsillón de su mirador, sin apartar la vista de la mujer, y luego se ha dado una ducha antes de regresar al diario. Prefiere su cama al otro lado de la ciudad, en SanIsidro, junto a las galerías de geranios donde se inclina la brisa del río, la enorme cama muerta que ya no comparte con nadie pero en la que, sin embargo, es un hombre depoder y no el sombrío satélite de la ventana de enfrente. En el cuarto anónimo donde está ahora hay sólo un catre de monje, mucha ropa, un baño, una heladera y botellas dewhisky. Puede hacer allí lo que le dé la gana porque el guardián del edificio va a permitirle lo que sea, yo estoy acá para obedecerlo, doctor Camargo, pero lo que él deverdad quiere está fuera de los límites que vigila el guardián, al otro lado de la calle, no en el cuerpo de la mujer sino en la imagen que ella sigue proyectando.
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