El domador y los ancianos

Páginas: 5 (1170 palabras) Publicado: 24 de enero de 2014
Práctica 1: el domador y los dos ancianos (Enrique Jardier Ponceur)
Figuraos que era una tarde primaveral, una de esas tardes de primavera que la Naturaleza confecciona “en serie” para descansar de la agotadora superproducción a que desde hace tantos siglos se ve obligada.
Figuraos que yo también paseaba por la calle de Alfonso XII (acera del Retiro) con el famoso domador de fieras DemetrioMitsgorursky, polaco desde la batalla del Somme.
Demetrio era un hombre serio y grave, como la fachada de un Museo de Ciencias; reía muy de tarde en tarde, y a todo el que le quería oír le decía que “estaba aburrido de divertirse constantemente”.
Pero esto no pasaba de ser una “frase”; en realidad, le encantaba “hacer frases” lo más sensacionales posible.
Y figuraos, por último, que cuandoaquella tarde primaveral paseábamos ambos por la calle de Alfonso XII (acera del Retiro) discutiendo sobre la naturaleza del hombre, el domador se apresuró a lanzar su frasecita correspondiente. Y he aquí la frase que lanzó:
—“El hombre es un león con cuello planchado.”
Me pareció una tontería, y así se lo dije. Y Demetrio entonces se detuvo y me detuvo.
—No es una tontería —protestó—. Es una verdadindiscutible.
Me alcé de hombros sonriendo.
—Muchas veces —siguió él— se ha dicho que el hombre es una fiera, pero jamás se ha demostrado, y la cosa ha quedado en el aire, como un vilano o una figura retórica.
—¿Y tú puedes demostrarme que el hombre es una fiera?
—Sí.
—¿Que cualquier hombre es una fiera?
—Sí.
—¿Ahora mismo?
—Ahora mismo. Y no sólo te demuestro que el hombre es una fiera,sino que soy capaz de domarlo en menos de media hora, como domé a “Mustafá”.
(“Mustafá” era uno de sus leones: una criatura verdaderamente encantadora, capaz de hacer encaje de bolillos.)
Desparramé en derredor una mirada. De pronto, al otro lado de la verja del Retiro, a lo largo de la cual paseábamos, descubrí dos ancianos apacibles que charlaban tomando el sol. Lo cierto es que jugué conventaja, pues a uno de ellos le conocía de antiguo: un hombre de tal bondad, que sólo podía compararse con un ángel de Forli o con un mantecado a la vainilla.
—Aquel anciano —le dije al domador—. ¿Puedes demostrarme que aquel anciano es una fiera?
—Te voy a demostrar que lo es, y que lo es también su acompañante. Antes de diez minutos verás rugir a esos caballeros; dentro de un cuarto de horaespumajearán de rabia, y de aquí a media hora habrán caído domados a mis pies.
Les llamó la atención al través de los barrotes de la verja:
—¡Eh! ¡Pchsss! ¡Eh!...
Los ancianos caballeros volvieron sus rostros, miraron a Demetrio y se miraron entre sí.
Y Mitsgorursky se dirigió a la verja que nos separaba de los dos ancianos.
—¿Le conoce?
—Yo, no. ¿Y usted?
—No le he visto nunca hasta hoy.
—¡Esraro!
El domador siguió en sus gritos.
—¡Eh! ¡Pchsss! ¡Eh!...
Y metiendo su bastón entre los barrotes comenzó a azuzarlos, como hacía en el circo con sus leones.
—¡Eh! ¡Fiera!... ¡Fiera! ¡Eeeh!
Los ancianos se miraron de nuevo y murmuraron:
—Debe de estar mal de la cabeza.
—Sí, debe de estar mal de la cabeza.
Reanudaron su tranquila marcha. Pero Demetrio también reanudó su marcha y susgritos:
—¡Eh! ¡Fiera!... ¡Fiera! ¡Eeeh!
Unos por el interior del Parque y el otro por el exterior, separados únicamente por la verja, anduvieron seis u ocho metros. Mitsgorursky seguía azuzándolos:
—¡Eeeh! ¡Fieeera!...
Noté en los ancianos un principio de desazón. Uno de ellos susurró:
—¡Qué lata!
El otro dijo con la vista fija en las puntas de sus botas:
—Es sensible que esto pueda ocurrir.Demetrio, implacable, seguía agitando el bastón por entre los barrotes y gritando:
—¡Fieras! ¡Fieeeras! ¡Eeeh!
La desazón de los ancianos crecía. Uno de ellos declaró:
—Loco o cuerdo, empieza a fastidiarme...
El otro no replicó, pero vi perfectamente que se mordía los labios. Mitsgorursky continuó su trabajo sin perder terreno:
¡Fieeeras!... ¡Eehh! ¡Uuuh, uh!...
Entonces el anciano segundo...
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